Tres meses. Tres meses viéndole prácticamente todos los días. Riendo, llorando, jugando, intercambiando música, viendo películas... Daba igual cual fuese el plan para ese día, siempre lo pasábamos bien. Era llegar a su casa agotada tras 25 minutos de caminata bajo el sol de julio y, nada más cerrar la puerta, escuchar "diez...nueve...ocho...", lo cual iba seguido de una queja mía y un "no serás capaz". Pero sí que era capaz. Terminada la cuenta atrás, solo había tenido tiempo de quitarme la mochila, las gafas y los zapatos, pero ya era tarde. Ya me encontraba dentro de la piscina con la ropa calada y él riéndose de mi. Y si, intenté vengarme varias veces de ese cabrón al que llamo mejor amigo, pero tiene más fuerza que yo y suelo salir perdiendo.
Estuvo casi 20 días de vacaciones lejos de mi y, aunque hablábamos todos los días, le echaba muchísimo de menos, hasta el punto que un día necesitaba hablar con él y le llamé...la llamada duró más de una hora.
Él volvió y de nuevo, todo eran risas. También hubo varias tardes de películas y palomitas, que terminaban conmigo llorando y luego echábamos unas partidas al Mario Kart hasta que tenía que volverme a mi casa y él me acompañaba, haciendo el camino más entretenido con nuestras conversaciones filosóficas haciendo como si nada importara.Ahora, a finales de octubre, todos esos recuerdos me resultan lejanos. Desde que comenzó el curso, nos hemos visto unas tres o cuatro veces y, según parece, esto va a ser así durante un tiempo, ya que al parecer ninguno de los dos tiene tiempo suficiente para organizarse y vernos al menos una vez cada dos semanas...pero estas cosas pasan. Siempre han pasado.
Y ahora quiero decirte, si estás leyendo esto, que gracias por haberme regalado un verano tan maravilloso, que te quiero y te echo de menos, mejor amigo.