Elisabeth despertó. Le dolía la cabeza. Recordó el sueño que acababa de tener, donde corría desnuda por los bosques junto a otras mujeres. Terminaban encontrando una especie de conejo con rostro humano. Entonces bailaban a su alrededor, pero al animal no le importaba.
Se centró y examinó el cuarto de invitados donde se hallaba. Adorján la había conducido hasta allí sin hablar, ignorando las preguntas. La dejó encerrada y eso la asustó, forcejeando la puerta hasta que de repente se sintió mareada. Fue cuando se tumbó y durmió.
Un crujido se produjo, un sonido metálico donde el cerrojo obedecía a la forma de la llave. La puerta se entreabrió y un rostro asomó: era Adorján.
—Adorján, ¿qué está pasando?
El joven entró con calma portando las sombras como vestimenta. Su rostro se esclareció frente al de ella. Parecía cansado, con una expresión distante.
—El señor quiere verla —hablaba bajo, como si temiera que las propias sombras le escuchasen—. Está en su cuarto.
—¿Qué sucede?
Adorján dio la vuelta y marchó hacia la puerta. La dejó abierta.
Elisabeth sintió ganas de llorar. Jamás había visto al sirviente de Béla de ese modo. Se armó de voluntad y caminó despacio hacia la salida.
Las luces de las velas en la pared parecían débiles. Elisabeth decidió dirigirse hacia el gran salón antes de ir a ver a Béla. Intentó abrir la puerta, pero fue imposible, parecía atascada por dentro. La rodeó buscando por el resto de entradas, pero todas estaban igual. Arrimó la cara para escuchar. Le pareció oír algún murmullo y unos pies arrastrándose. También escuchó golpes sobre un material blando de un modo mecánico, como cuando alguien trabaja.
Decidió no demorar más su encuentro con Béla.
Llegó hasta la puerta del cuarto y llamó suave con los nudillos. Esperó a escuchar su voz, pero el silencio fue lo único que se pronunciaba.
—¿Béla?
Sorprendida por la voluntad que efectuó para empujar el pomo, Elisabeth se adentró. Notó la garganta áspera, y las ganas de llorar perduraba. Comprobó a Béla sentado en su cama. La habitación estaba a oscuras, sólo iluminada por un leve brillo del exterior. Su amado parecía una estatua, acaso una silueta pintada en la propia realidad.
—Mi amor.
La voz de Béla sonó dentro de la cabeza de Elisabeth, lo que la hizo titubear. Siguió caminando por inercia, analítica de la figura.
—¿Qué ocurre, Béla?
La joven se sentó a su lado. Seguía sin poder apreciar bien el rostro de su amado.
—Mi Elisabeth —susurró—, he pecado por un bien mayor.
Ella no supo cómo reaccionar.
—Soy alguien nuevo —confirmó en susurros—. Pienso aprovecharlo para reconquistar nuestra tierra. El principado de Transilvania volverá a ser libre.
Y fue entonces que Béla le contó sobre su viaje de vuelta; la carta; lo que hizo Adorján por salvarle; su nueva condición...
Elisabeth se levantó y se alejó hacia la ventana. Miró el exterior. Por un momento sintió sobre lo que hablaba Béla, de la tierra con voz propia.
—Mientes.
Pero sabía que no era así.
Sintió sus brazos rodeando los suyos. Su amado Béla ya no emitía calor. Tampoco sentía su aliento en la coronilla: ese detalle iba a formar parte del pasado.
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La Maldición de Béla Lakatos
VampireBéla Lakatos tras ser envenenado regresa como vampiro para cumplir su venganza. Sin embargo, después de consumarla es inducido a un sueño perpetuo, por una bruja. Ocho años después, despertará gracias a una niña llamada Felicia, quien afirmará poder...