II
Por primera vez Adorján sintió que el mundo era superior a sus fuerzas. Se estaba acostumbrando a no comer, poco a poco ese sentido vital en su cerebro se ahuecaba. Su señor Béla sin embargo aumentaba cada día su hambre. Pudiera ser que su propio apetito se extinguía al observar cómo seres humanos eran devorados con los nuevos dientes y la amplia garganta de su señor. A veces no podía evitar quedar hipnotizado por el brillo de esos colmillos que parecían piedras ideadas por un escultor. Sobresalían más que el primer día, cuando aquel ritual demente lo devolvió a la vida; o a una macabra parodia de la misma. La risa de la bruja a veces era compañía de sus pesadillas.
Tuvo ganas de llorar, pero su pecho también comenzaba a vaciarse. Elevó las manos y las observó. Permanecían arrugadas como en un baño eterno, mancilladas por la maldición, manchadas de la suciedad imperante y de los crímenes que había cometido en la última semana. Estaban dejando un rastro de desapariciones y de supuestos ataques de lobo. Algunas voces ya hablaban de un ser superior hijo de la noche que se aparece para alimentarse tras un suceso definitorio.
En la distancia se recortó la silueta de un castillo.
La madera de la puerta principal del castillo resonó. Era de noche. El criado, Costin, no reaccionó hasta que llamaron por segunda vez. Se levantó de la cama, abandonó el cuarto de la servidumbre y buscó una vela. Luego, la encendió buscando a tientas abrir el cajón de la gaveta para hacerse con la llave. Una vez conseguida se la colgó al cuello y se dirigió a abrir, suplicando en voz baja que dejase de golpear fuera quien fuese el visitante. Encendió con la vela un candelabro que se hallaba junto a la entrada, con la mano temblando por la insistencia de los golpes. Agarró el candelabro y se acercó a la cerradura. Giró la llave, produciéndose un chirrido. Entonces agarró las argollas de la puerta. Estiró con fuerza al no estar acostumbrado. Apreció dos siluetas, que poco a poco fue iluminando. Ante sus ojos halló a dos hombres jóvenes que identificó por sus rasgos y vestimentas como húngaros, igual que los señores del lugar. Uno vestía ropas propias de un adinerado, lo que rebajaba el estatus del compañero.
—¿Puedo ayudarles?
—¿Un rumano? —dijo el que parecía menos pobre de ambos.
Costin enmudeció, entornando los ojos para dedicar una mirada al atrevido.
—¿Puedo ayudarles? —repitió forzando las palabras.
—Aparta.
El otro se abalanzó con el hombro por delante y desplazó a Costin, permitiendo así el camino al que parecía el jefe de ambos.
—¡Oigan!
—¿Tú sabes quién soy? —amenazó el pulcro.
—Calma, Costin —se escuchó con eco por toda la estancia.
Los tres miraron hacia las enormes escaleras que ocupaban el centro del salón principal. Una luz de velas descendía por las mismas como un alma en pena. El desconocido terminó de acercarse para mostrar el rostro de un hombre joven.
—Señor, estos tipejos...
—Es mi hermano —El ambiente se heló—. Por favor, cierra la puerta, Costin.
El sirviente agachó la cabeza y obedeció. El resonar de las puertas no alteró a los otros tres, que apreciaban el reflejo tenue de los ojos entre las sombras inquietas.
—Béla, no esperaba que regresaras tan tarde de tu viaje.
—Estábamos cerca cuando nos alcanzó la noche, Jakab.
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La Maldición de Béla Lakatos
VampiroBéla Lakatos tras ser envenenado regresa como vampiro para cumplir su venganza. Sin embargo, después de consumarla es inducido a un sueño perpetuo, por una bruja. Ocho años después, despertará gracias a una niña llamada Felicia, quien afirmará poder...