Mamá

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Contemplé el amplio jardín a través del ventanal. Aquellos grabados, de seguro, tendrían más valor que el resto del pueblo. Pero aquello solo sería temporal. Estaba muy segura de que esos lujos desaparecerían, como quien despierta de un grato sueño, pero era imposible no acostumbrarse. Entornando los ojos, me fijé en las luces que atravesaban mi habitación. Miré hacia a mis pies desnudos y moteados por el sol. Solo podía permitirme el lujo de andar descalza en primavera, cuando el tiempo era templado y el parqué del castillo era lo suficientemente cálido. Elevé las manos a nivel de mi rostro y moví los dedos, creando diferentes sombras. Casi parecía que la luz jugaba conmigo y no al revés. Ahora, en la pared contigua de la habitación se dibujaba mi silueta, erguida. Al guardar la posición, recordé a la Sra. Lacomba y sus lecciones de ballet. A veces, incluso, veía la expresión de mi madre al enseñarle sus nuevos pasos con una mezcla de fascinación y orgullo. Ya no podría hacerme feliz, ni aquella vez que me afligía enferma y me trajo una cría de dragón a la camilla para que me hiciera compañía consiguió mi sonrisa sincera...

Una nube de melancolía me envolvió y casi me impidió mostrar cualquier emoción más allá de la resignación. Aunque mi voluntad era de acero, mi incredibilidad se transformó en fragilidad. Y yo odiaba ser débil. Descargué toda mi energía realizando numerosas vueltas de campana por toda la sala. Me dejé llevar por mis saltos y giros tan delicados como determinados. Tan gráciles como agresivos. Quería pensar en no pensar.

Y, entonces, sentí el pomo de la puerta girarse. Pasarán cien años y, si sigo viva, ni el Alzheimer me hará olvidar ese día.

(...)

-Ha mandado un mensaje pidiendo perdón al reino. Y también a nosotros. No cree que pueda aguantar mucho más –Esa frase me llegó como si una flecha atravesara mi cuerpo. Apoyé los talones en el suelo, dejándome vencer por el peso de esas palabras–.

-Pero los demás la necesitan –apreté los puños, conteniendo la tristeza-. ¿Cómo le van a confiar sus fuerzas si no cree en las suyas? Derrumbarse no es propio de una princesa, ¿no? ¿Por qué lo iba a ser de una reina, o de un rey?

-Hija, no se trata de tener o no esperanza. Es un mal incurable. – Mi padre se giró, esquivando mi mirada. ¿Después de tantos años... es que le daba vergüenza mirarme?

-Siempre hay un remedio. Puedo ordenarles que lo busquen. –Dije.

-Llegarán demasiado tarde.

-Si tiene fe, aguantará un poco hasta que lo encontremos. -No pude más que fulminarle con la mirada.

-No hay otro camino, Sara. Tendremos que aceptarlo.–Ahora era yo la que me daba media vuelta. En mi expresión ya no había desesperación... Solo ira–.

-Acéptalo tú. Yo haré algo más que sentarme en un trono esperando a que ocurra un milagro.–Me dirigí hacia la salida, pero mi padre me agarró bruscamente del brazo y me frenó en seco–.

-Aunque convoques a un grupo de investigadores tú te quedarás. Necesitas ocuparte de los asuntos de palacio, y allí solo vas a estorbarles.

-Siempre puedo ser útil.

-Ni siquiera sabes redactar.

-Pediré que me enseñen.

-Tu tiempo con Horacio ya pasó, y no hizo lo suficiente. No es tu culpa.

-Tuve el mejor maestro. Si no aprendí fue porque le asesinaron de la manera más vil.

-En todo caso tienes otras prioridades, y lo sabes. Ser estratega será la mejor forma de aprovechar tu mandato ahora que eres mayor.

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⏰ Última actualización: Dec 08, 2022 ⏰

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