Capítulo 1: Aileen Marsh

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Los ojos azules de la adolescente se clavaban en los campos que atravesaban. Era el viaje más largo y tedioso que había tenido que sufrir desde que, cuando tenía diez años, su padre se empeñase en recorrer ocho estados en coche. Aquella vez, pese a todo, Aileen recordaba casi con cariño esos momentos. Puede que su padre no hubiera sido el padre modélico que cualquier chiquilla desearía tener, pero ella le había querido. Dio un largo suspiro, presa de la melancolía, y luchó por no echarse a llorar. New Hampshire no estaba tan mal, aunque ella no estaba de acuerdo con ese cambio de residencia.

Su madre conducía, también en silencio, con los ojos castaños enrojecidos de tanto llorar los días precedentes; ella pretendía seguir fingiendo que todo iba bien, pero hacía mucho que su vida no era una balsa de aceite. Se negaba a admitirlo, pero en el fondo había cosas buenas en la muerte de Logan. Su marido, se había buscado lo que había tenido; era cuestión de tiempo que sus excesos le pasasen factura. Pese a que las autoridades no habían encontrado el cuerpo, que seguramente había quedado arrasado por el fuego, nadie dudaba que el señor Marsh iba hasta el culo de heroína o alcohol, o tal vez las dos cosas. Puede que incluso alguna sustancia más se hubiera colado en sus venas ese fatídico 20 de marzo.

Para Aileen, como buena hija, no estaba tan claro; ella dudaba que su padre se cargase el cuerpo de sustancias antes de conducir. Además, ¿caer despeñado en una curva y que su coche estallase? Pero, como siempre, nadie la había escuchado. Al fin y al cabo, ¿qué podía esperar? Tenía quince años cuando todo sucedió. No es que ahora tuviera muchos más, ya que hacía apenas unos días había cumplido los dieciséis.

Con la muerte de su padre, los ingresos de los Marsh iban a ser muy precarios, así que al principio, Hailey, la apenada viuda, se había sentido traicionada y desesperada por las acciones irresponsables de su esposo. Logan no siempre había sido así. Todo había empezado hacía unos diez años y ella había temido que algo así sucediese desde esa primera dosis.

Cuando sus sospechas se habían confirmado y su esposo había tirado por la borda toda su vida, ella no veía la salida. Hasta que los abogados le informaron de un hecho insólito. Su marido tenía una casa en Hazey Valley, un pueblo en el estado de New Hampshire, así que lo que quedaba de la familia Marsh había decidido despedirse de Missouri para ir a parar a la nueva residencia.

Aquello había supuesto un giro inesperado en la vida de Aileen, que no imaginaba iniciando su vida de nuevo, en un nuevo instituto, nuevas amistades, nueva casa...

No era débil. Aileen superaba todas las trabas que se disponían a establecerse en su camino, pero no le gustaba ese cambio y se había ocupado de mostrárselo a su madre de todas las formas posibles. La última era ponerse su MP3 lo más fuerte que podía, escuchando a su grupo favorito sin prestar atención a los intentos de conversación que la señora Marsh se esforzaba por mantener.

Poco quedaba ya para llegar al pueblo, o eso calculaba la adolescente: en apenas unas horas alcanzarían su nuevo hogar.

Según los informes la casa era vieja, tenía casi cien años y había pertenecido a la abuela de Logan, una tal Mia. Aileen ni siquiera conocía a sus abuelos paternos, y es que su padre se había empeñado en ocultar las huellas de su pasado. No quería saber nada de sus años jóvenes, y siempre que se le preguntaba por ello respondía con evasivas o incluso llegaba a enfadarse. Hailey había dejado de intentarlo mucho tiempo atrás y no se había preocupado mucho de indagar más.

Así que, siguiendo las indicaciones del GPS, la mujer avanzaba por la interestatal sin dejar de mirar de reojo a su hija. Aileen había heredado los intensos ojos azules de su padre, tan oscuros que, a veces, resultaba impreciso decir cuál era su auténtica tonalidad. En Logan habían resultado melancólicos, bajo unas espesas cejas castañas, pero no sucedía lo mismo en el juvenil rostro de su hija. En el suyo parecían enormes, bajo unas cejas finas a juego con su cabello rubio oscuro. Eran como dos grandes luceros, siempre con un brillo de entusiasmo, sobre una nariz delicada y pequeña y unos labios finos. Hacía unos meses que no sonreía con tanta asiduidad, pero cuando lo hacía resultaba absolutamente encantadora, con unos incisivos algo más grandes que el resto de sus dientes que le daban un aspecto tan simpático que nadie podía evitar devolverle la sonrisa. Por todo lo demás, Aileen era de baja estatura y de complexión delgada.

Hazey Valley. La reina de la niebla (Laura Campos)Where stories live. Discover now