Capítulo 2: Adam Bezdam

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Adam carraspeó, despertándose en la desordenada cama del motel de carretera. Había dormido francamente bien, pese a que la cama no era muy cómoda, y los primeros inconvenientes de esta empezaban a hacer acto de presencia en el suave dolor de espalda que amenazaba con ir haciéndose más intenso con el paso de las horas. Se desperezó con parsimonia. No tenía prisa. Se estaba tomando el viaje con calma, casi como un tiempo sabático.

Se sentía con asiduidad como un nómada, sin patria, ni bandera, ni un hogar en el que echar raíces. En cierto modo le gustaba su vida, aunque bien era verdad que no pasaba la mayor parte de su tiempo viajando por gusto. No todo salía siempre como él quería y por una razón u otra se veía obligado a huir. De este modo había emprendido ese viaje recorriendo los Estados Unidos, para llegar a Hazey Valley, un pueblo donde según Sheryl, su amiga vidente, encontraría las respuestas.

Adam no se consideraba un hombre místico, ni siquiera creía en Dios. Para él, las religiones eran meras formas de controlar al mundo; se sentía una criatura libre de ese tipo de ataduras. Sin embargo, su carga era mucho más pesada que el yugo de un dios prefabricado.

Se puso en pie, todavía con la expresión adormilada, y se puso los pantalones vaqueros y la vieja camiseta de Metallica. La adoraba, se la había comprado en un concierto, quizá ya diez años atrás y, aunque había perdido el esplendor, para Adam todavía era útil.

Guardó sus pocas pertenencias en la maleta de viaje y, tras asegurarse de que todo estaba en orden, salió del cuarto para dirigirse al baño comunitario. No estaba demasiado limpio, pero era suficiente por el precio que había pagado por ese cuchitril. Se alegró de ser uno de los primeros en visitar el cuartucho y, tras cerrar con el endeble cerrojo oxidado, se dispuso a darse una buena ducha.

Para su consternación, el agua salía más bien fría, mas una vez enjabonado no le quedó otro remedio que soportarlo con dignidad.

—Es bueno para la circulación —comentó para sí mientras se envolvía con una toalla y se disponía a afeitarse.

No era que le gustara pasarse la cuchilla, pero no era mala idea mantener una buena imagen, tenía que dar al menos una primera impresión decente. Una vez retirada toda la espuma de afeitar, Adam sonrió al hombre del espejo. Su piel atezada reflejaba su origen mestizo del este de Europa; ese día había amanecido, además, con los ojos casi verdes. Era una particularidad de su mirada. Había quien aseguraba que eran azules como el cielo y otros que afirmaban que eran del mismísimo color que las esmeraldas. En realidad, para él dependía mucho del día o de la luz que le diera. La forma de sus ojos, además, tenía una particular inclinación. Ojos tristes los llamaba su madre. La nariz, ligeramente aguileña, resultaba grande para su rostro, pero no desentonaba. Rematando todo estaba su boca de labios finos, con unos dientes pequeños y bien alineados, exceptuando un rebelde colmillo que parecía salirse de la fila. La barbilla era puntiaguda y destacaba más cuando se afeitaba, como en ese momento.

Pese a todo, su rostro resultaba atractivo, había algo en él que lo hacía interesante. Adam retiró su cabello hacia atrás con el peine. Lo llevaba algo largo, pronto sería momento de darle un buen corte. Pero eso debería esperar a llegar a Hazey Valley, donde, además de respuestas, esperaba encontrar también alguna buena peluquería.

Alguien aporreó la puerta del baño con violencia y Adam hizo un gesto de disgusto: no le gustaba la gente que se movía por el mundo en busca de problemas. Como él no era uno de esos, salió del baño con su mejor sonrisa.

—¿De qué te ríes, gilipollas?

Para sorpresa de Adam, quien le hablaba era una mujer; no era que considerase a las damas tiernas muchachas de buenas maneras, pero por la forma en que había golpeado la puerta esperaba encontrarse un armario empotrado y no a una mujercita que apenas pesaría sesenta kilos.

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⏰ Last updated: Nov 14, 2017 ⏰

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Hazey Valley. La reina de la niebla (Laura Campos)Where stories live. Discover now