Positivo. No podía ser. ¿Era positivo? Era positivo. Positivo. Se repetía una y otra vez en mi mente, como una mala canción. Me levanté nada más salir del shock, llevándome las manos a la cara. ¿Había visto mal? Tendría que haberlo visto mal.
Era un error. O una mala broma. O negativo. Por favor, tenía que ser negativo.
Temblando, volví a cogerlo, pasando un dedo suavemente por la diminuta pantalla en la que se alojaban las dos rayas. Era positivo. Joder. Positivo.
¿Cómo iba a ser yo madre? Y más, de un energúmeno como él.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Llamarle y decirle que iba a ser padre? ¿Volver con él, por un maldito alien creciendo en mi interior?
El aborto dejó de ser una opción hacía mucho tiempo. En un mundo en el que los hombres mandan y nosotras callamos con pollas en la boca, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos era prácticamente un sueño. Mi mayor sueño.
Empezar una nueva vida, en un nuevo sitio, parecía ser lo más difícil. Sin amigos, sin familia, sin comida y casi sin casa. Sin nadie. Nada más que ese puñado de células dispuestas a crear vida en mi interior. Una vida salida de la semilla de un psicópata y la matriz de alguien atemorizado por el futuro. Un futuro en el que, esa vida, no iba a poder vivir.
Tenerlo tampoco era una opción. En un mundo donde las compresas se han retirado del mercado, y por robar una barra de pan vas a la cárcel, sobrevivir es casi imposible.
Me levanté, temblando aún, y guardé aquel test en el bolsillo de mi abrigo. Me recoloqué la ropa una última vez, antes de coger mi mochila, con todo lo que podía seguir considerando mío, y avancé por la niebla de la ciudad.
Era un día frío. Algo raro, pues casi que ya no hay de esos. Apenas podía ver nada con tanta niebla. Casi no podía diferenciar la calle del asfalto de la carretera.
Iba metida en mis pensamientos. Profundamente.
¿Debería llamarle? No. No debería. ¿Qué solucionaría? Nada. Sólo me causaría más problemas.
¿Dónde podría abortar? Tan sólo eran dos meses. Eso no contaba como bebé ni como nada. Células. Sólo células. ¿Cómo las podría sacar?
Joder, no se ve nada con esta niebla. Debería andar más rápido.
¿Habría alguien de confianza, aunque fuera en la otra ciudad, a quién contárselo? ¿Alguien que me pudiera ayudar?
Un momento.
¿Eso son luces?
¿Qué es ese ruido?
¿Eso es un coche?
¿Pero si cuando ellos llegaron al poder...?
Mierda.
El gran impacto, justo en mi cadera, me había dejado en el suelo. Sentía grandes y agudos pinchazos por todo el cuerpo. No podía mover las piernas. Estaba atrapada. Al menos, esa era mi sensación. El corazón me latía a mil por hora. No podía moverme. No podía mover nada de mi cuerpo. No podía apenas pestañear.
Pasos. Oí pasos a lo lejos, acercándose lentamente. ¿Quién arrolla a un ser humano y va tan tranquilo? Sólo... Sólo quién lo haya hecho a propósito. Pero, ¿quién me iba a querer atropellar? ¿Quién sabía que estaba allí?
-No te has ido lo suficientemente lejos.
No. No, no. No, por favor, no. Él, él no. Cualquiera menos él.
Sentí su aliento contra mi rostro, caliente, terrorífico. Apenas podía ver, sólo sombras, y ahora estaba todo oscuro. Estaba demasiado cerca mío. Y yo no podía hacer nada. Intenté moverme. De veras que lo intenté. Pero nada funcionaba. La boca me sabía a metal. A sangre. Comencé a sentir más cosa que el miedo, como el horrible ardor, subiéndome desde cada uno de mis órganos internos hasta la boca. Tenía la cabeza embotada, dolorida, y posiblemente sangrando. Sentía cada uno de mis huesos rotos, y cada una de mis esperanzas de salir viva esfumándose, como si fueran tan sólo motas de polvo.
-¿Qué te creías, que no te iba a encontrar? Eres una zorra, pero no de las astutas.
Juro que si hubiera podido, estaría llorando, sollozando. Esa voz. Ese aliento. Su estúpida insistencia, que había arruinado la mía. Todo me llevaba para atrás, a los días donde apenas podía respirar. A cuando le conocí, cuando me llamó pivón, y yo me lo tomé bien. A cuando me decía "princesa, eres mía" y creía que era algo bueno. A cuando me decía que era mi culpa, que si yo no hacía nada malo, él tampoco tendría. A cuando era suya. Su juguete de navidad debajo del árbol, a quién Papá Noël dejó ahí, sin saber que los niños pueden ser muy buenos de puertas para fuera, y auténticos monstruos por dentro.
-Ya estoy harto de perseguirte. Ya estoy harto de ti. Harto de que no me creas capaz. Soy muy capaz. Pero es tu culpa, ¡lo sabes! Eres tú la que me obliga a hacer esto.
Mi cerebro trabajaba con lentitud. Casi no podía asimilar lo que estaba pasando, lo que estaba diciendo. Que estaba culpándome de mi próximo asesinato.
Entonces, una pequeña herramienta de plástico tocó el suelo. Él se acercó, cogiéndolo. No le pude ver la cara. No sé qué pensó de primeras. Ahora todo era luz, cegadora, y un túnel. Y su voz de fondo, diciendo "Oh, Dios mío, Sandra. ¡Qué gran noticia! Vamos a ser padres.".