Caperucita Roja

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Se despertó con un grito ahogado en la garganta y con gotas de sudor que le caían por la frente. No recordaba la pesadilla, pero sí que fue horrible. Miró el reloj y observó los brillantes números que marcaban las tres de la madrugada. Con el miedo todavía en el cuerpo no pudo volver a dormir, por lo que decidió tomar un vaso de leche. Salió de su habitación y bajó las escaleras a oscuras. Los escalones crujieron bajo sus pies descalzos, pese a que intentó no hacer ruido para no despertar a su abuela.

Con la leche ya en sus manos se sentó en la repisa de la ventana del salón a mirar el denso bosque en el que jugaba cuando todavía era una niña. La luna llena iluminaba los árboles que se alzaban al cielo nocturno intentando alcanzar las estrellas, y su luz creaba terroríficas sombras que se burlaban de la muchacha que las contemplaba.

La joven no pudo con el anhelo de salir a dar una vuelta, por lo que se calzó las deportivas y su sudadera roja y escapó de las paredes que la tenían prisionera. Afuera, el frio viento otoñal azotaba sus sonrojadas mejillas y agitaba su larga y negra melena. Dio un paso fuera del porche y sintió como sus pies se hundían en la tierra, todavía blanda por la tormenta del día anterior. Sin vacilar, se internó entre los árboles hacía el interior del bosque.

Llevaba mucho tiempo caminando cuando llegó a un claro, la humedad y el sudor le rizaban el pelo de la nuca. Se encontraba desorientada, no sabía como volver a casa de su abuela, pero no le importaba. Allí, en el bosque, se sentía en casa. Se sentó en el suelo y contempló las estrellas por horas. Cuando le pareció que faltaba poco para el amanecer se levantó para volver a casa.

En cuanto se dispuso a dar el primer pasó escucho el aullido de un lobo. Demasiado alto como para que fuese lejano. Asustada dio media vuelta para correr cuando lo vio: un lobo que le llegaba a la cintura la miraba fijamente, como si pudiera verle el alma.

Los ojos negros de la criatura estaban carentes de emoción y no apartaron la vista de ella en ningún momento. La joven se mantuvo inmóvil y sin respirar, con miedo de inquietar a la bestia. Entonces sucedió, el animal corrió hacia ella y antes de que le diera tiempo a gritar le agarró de los tobillos con sus incisivos y la tiró al suelo. El dolor fue desgarrador al principio. Su vista se llenó de puntos negros y un ardor le subió desde la rodilla. No podía moverse o gritar, solo oía las mandíbulas del lobo cerrarse una y otra ves sobre su piel. Llegó un momento en el que dejó de pensar, dejó de respirar. Y escuchó el último de sus latidos golpear contra su peácho.

Así fue como amaneció el prado aquella mañana, con la hierba teñida de sangre y el cuerpo inerte de la chica de la capucha roja.

Not A Fairytale (Relatos cortos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora