UN MONSTRUO ENTRE NOSOTROS

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La ciudad anochecía, no obstante, se podía ver como si fuera de día, gracias a las potentes luces de la gran urbe. Era el año 3000 y Helen volvía a su casa, después de un duro trabajo. Los coches volaban por encima de su cabeza, mientras ella conducía su moto. Conducir es un decir, porque en Sunset city todo era automático, Helen solo tenía que montarse en el vehículo y dejar que le llevase a su destino. Pronto llegó al final de su trayecto.

En cuanto bajó de la moto y se disponía a entrar en el edificio, algo la alarmó- Se giró para contemplar un rostro deforme y de color verduzco. La horrible criatura no iba sola, ya que le acompañaban dos zombis horripilantes:

- ¡Truco o trato! - gritaron.

Helen con aire cansado, sacó de sus bolsillos un buen puñado de caramelos, que siempre llevaba, cada año, en días como ese- Casi se había olvidado que era Halloween.

Los monstruos sonrieron y se fueron corriendo. Las caretas holográficas, eran un gran éxito en la ciudad, podían transformar a cualquier niño en trolls, orcos incluso en la criatura más grotesca que pudieras imaginar.

Helen pulso un botón de su mando situado en su muñeca y la moto desapareció. Se dispuso a entrar en su edificio, pulsó un botón y dijo:

- Helen Mitman

Esperó a que la puerta se abriese. Pero nada sucedió, lo cual era extraño. Nada fallaba nunca en Sunset City.

- ¡Helen Mitman! – gritó,poniéndose nerviosa. Quizá el sistema no le había escuchado.

Pero seguía sin suceder absolutamente nada. "Pip pip pip", pitó su pulsera, se le estaba acelerando el pulso. Bueno no pasa, nada se dijo, iré a la parte trasera, igual ha fallado algo del cuadro de mandos. Se metió la mano en el bolsillo y tocó la culata de su arma, un blaster automático. Se sintió más segura, si alguien le atacaba, sólo tendría que pulverizarlo. Se dirigió al callejón y pronto estuvo frente al cuadro de mandos. No entendía nada de las lucecitas que brillaban en él, y ni siquiera tenía la acreditación necesaria para abrirlo. Quizás había sido mala idea ir al callejón. De repente las luces se apagaron, dejándolo todo a oscuras. ¡PIP PIP PIP! Sonó su pulsómetro más fuerte. La joven no recordaba la última vez que se había quedado en una oscuridad tan absoluta en plena calle.

Apuntó con su arma en la oscuridad:

- ¡Si es una broma, no tiene gracia! - gritó con voz temblorosa. - ¡Tengo un arma y no dudaré en usarla!

Pero no llegó ni a completar su amenaza, pues algo la golpeó por detrás y calló al suelo como un saco de plomo.

¡Pum, Pum! Helen abrió los ojos, no veía nada. ¡Pum, Pum! Se oía rítmicamente, cada pocos segundos, un ruido estridente, como si estuviera golpeando las paredes con un objeto metálico. Le dolía mucho la cabeza, notaba su cuerpo agotado. Intentó moverse, pero ante su sorpresa no podía. No podía gritar, no podía mover la boca y no emitía sonido alguno.

Una sensación agobiante le martilleaba la cabeza. Los sonidos estridentes de metal cesaron de repente. En ese momento se escuchó el ruido de una puerta metálica abrirse, aunque Helen, acostumbrada a las puertas automáticas y a la tranquilidad ni siquiera podía distinguir dicho sonido.

Se oyó un chirrido, como de un objeto afilado rasgando la pared. Un fosforo se encendió y la luz que generó cegó a la joven.

- ¡Vaya, si la señorita de cabellos dorados se ha despertado! - habló una voz pausada, pero con una tranquilidad que hacía helar la sangre.

Helen pudo ver a una figura humana, vestida de negro, llevaba un bisturí en una mano y una jeringuilla en la otra. Su cara estaba cubierta por una máscara blanca, sonriente, como las de las comedias clásicas de teatro. Helen quería correr, gritar, poder alcanzar su arma disparar, pulverizar a su captor e huir. Pero no podía siquiera hablar y mucho menos moverse.

Conforme se iba acostumbrado a la luz del fósforo, podía apreciar más detalles. Se encontraba apoyada en la pared, pudo ver sus piernas inertes frente a ella. Ante su sorpresa estaba desnuda. Cuanto más sabía de su situación, menos le gustaba. Esa sensación no mejoró cuando vio frente suyo un hombre, desnudo en su misma posición, con partes de carne arrancadas en las que se podía apreciar hueso. Su abdomen estaba abierto y las tripas estaban a la vista, desparramadas sobre las piernas del hombre.

- ¿Oh, ya has conocido a tu compañero? Es, Marc Jones, murió demasiado pronto, y ni siquiera había empezado lo divertido. Así, que tuve que salir a buscar otra voluntaria. Y aquí estas tú.

La figura se puso frente a ella y le inyectó el contenido de la jeringuilla en el cuello, pudo notar como el líquido frío, recorría sus venas.

- ¡Feliz Halloween! ¿Sabes?, es curioso como todos los niños se disfrazan con esas máscaras tan modernas De monstruos, quieren ser monstruos por un día, para conseguir caramelos. Yo tengo una tradición para Halloween. Veo por tu mirada que quieres saber cuál es. Está bien, sólo por tu buen comportamiento te lo contaré. Mato a alguien, pero no con esos blasters como el que tú tienes, no, ¿qué diversión puede haber en ello? No, yo voy más allá. Inmovilizo a mis víctimas como si fuera un basilisco, no se pueden mover, pero pueden notar dolor. Me alimento de su miedo, del dolor mudo y sordo que se refugia en su mirada

Helen estaba realmente asustada, rezó, rezó porque todo fuera un sueño, pero ni siquiera podía cerrar los parpados. No podía apartar la mirada de esa sonrisa de cerámica.

- Cuando acabe contigo, te pulverizaré con tu propio blaster, a ti y a ese mequetrefe de ahí detrás. Nadie sabrá nunca lo que te pasó. Dirán que fue un accidente o algo así. A nadie le importará realmente. Y al siguiente Halloween, volveré, y al siguiente. Mientras que todos se disfrazan en Halloween, yo lo hago durante todo el año. ¿Sabes lo placentero qué es quitarse la máscara por un día y mostrar tu verdadera cara? ¿Sacar el monstruo que llevas dentro?

En ese momento cortó un trozo de carne de su antebrazo, manó mucha sangre de él. El horrible monstruo se quitó la máscara, dejando ver debajo un rostro humano, pero con una expresión de satisfacción monstruosa.

Helen no podía hacer nada, sólo observar como su asesino le arrancaba trozos de su piel, se reía y bebía de su sangre. Pronto acabaría como Marc Jones, muerta y con los intestinos fuera. Lo sabía. La agonía se extendió durante unas cuantas horas más, había perdido dedos, una oreja, tenía infinidad de cortes... Hasta que el monstruo decidió abrirle el abdomen, sentarse en una silla y ver su expresión de horror, observando como su vida se extinguía lentamente.

Al amanecer, el monstruo pulverizó a sus víctimas, recogió las cenizas y las arrojó a la basura. Se cerró la puerta de metal. Al año siguiente esa puerta metálica se volvería a abrir. Sunset city no era tan luminosa como parecía, tenía un monstruo, uno humano. La ciudad de la luz tenía grandes sombras, y es que, cuanto más intensa es la luz más oscura es la sombra.

FIN

Un monstruo entre nosotros #TOT2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora