Prólogo

35 10 4
                                    

¿Puede una casa temblar de miedo?

El silencio en la solitaria casa de Theodore era inquietante, tanto que, si dejabas caer una aguja, el sonido retumbaría en cada pequeño rincón. A nuestro anfitrión, Theodore, siempre se le considero un hombre de pocas palabras, mano dura y decisiones acertadas. Todo un personaje para algunos, un simple hombre gruñón para otros.

En lo que parecían ser sus últimos días, su única petición fue el silencio, había suficiente ruido en su cabeza para prestar atención a nada más. Las preguntas apareciendo en su cabeza como los mandamientos tallados en piedra, todas ellas para quien parecía ser su nueva y última inquilina, muerte. Quien lo acechaba cada vez más Theodore no paraba de repetirse mentalmente ¿Había sido buen padre, buen esposo e hijo? ¿Había obrado de buena manera? ¿Si realmente había un cielo, seria él digno de entrar en el maldito lugar?

Los presagios no eran lo suyo, pero la opresión en su pecho era difícil de ignorar y eso no lo dejaba tranquilo, una vocecilla incesante en su cabeza le susurraba que algo malo estaba por ocurrir,

Decidió abrir la puerta del balcón, dejando que el aire fresco se infiltrara en su sistema e inspiró. Theodore entre otras cosas también era muy intuitivo, el hombre parecía haber nacido con un extraño don para percibir cuando las cosas se iban a ir a la mierda. Todo esto incluso antes de que tocaran a su...

La puerta de su gran recamara abriéndose lo saco de cavilaciones, un joven de cabello castaño y vestimenta oscura con capucha, apareció en su campo de vista. Se miraron durante unos segundos, Theodore esperando algún tipo de saludo que nunca llegaría, pues al joven, que el anciano conocía bien, no se le daban bien las habilidades sociales.

– ¿No saludarás a este pobre anciano? – Theodore crispó levemente su labio mientras inclinaba su cabeza.

–¿Cómo ha estado todo? – El joven lo vio con simpleza y acercó su mano para darle un ligero apretón.

–Oh, bueno, muriendo. – Pronuncio Theodore con su voz rasposa y agregó: – Pero eso ya lo sabes ¿Por qué no has venido a visitarme?

–He estado ocupado. – Dijo sin más, encogiéndose de hombros.

Theodore entrecerró sus ojos, pero entonces empezó a tener un ataque de tos, solía pasarle ya demasiado a menudo, por su enfermedad. Así que a lentos pasos se dirigió hacia su cama, al otro lado de la habitación.

El joven lo ayudó sosteniéndole el brazo hasta que, con un esfuerzo que resulto olímpico para el anciano, logró recostarse cómodamente contra el cabezal. Con su cabeza en una almohada y ya arropado correctamente, dirigió su atención hacia el sujeto de ropa oscura, inspiró profundamente mientras lo observaba. Su visita le resultaba extrañamente incómoda.

–Te ves terrible. –Bromeó el castaño con dureza.

Theodore miró hacia otro lado, respirando con dificultad, su garganta raspando y el sonido ronco que hacia al respirar dolía tan horrible como se escuchaba, había dejado la mascarilla para oxigeno de lado hacia un tiempo.

El joven no mentía, Theodore estaba totalmente demacrado, había dos círculos violáceos debajo de sus ojos que combinados con las arrugas y cabello gris que llevaba ya desde hace varios años atrás, hacían que pareciera casi cansado de vivir. Ni hablar su piel pálida, de un tono gris enfermizo. El pobre hombre emanaba agotamiento.

– ¿A qué has venido? – Soltó finalmente el anciano volviendo la vista hacia el joven.

–Quiero hablar contigo, simplemente. – Se levantó y empezó a caminar por la habitación con las manos entrelazadas detrás de la espalda, viendo alrededor. – Del negocio familiar.

Al Final del Viaje (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora