Una obra sin título

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Pensamientos que volaban en la mente de la joven, momentos plagados de oscuridad, personas que no la habían merecido, situaciones que deseaba que no hubieran pasado, palabras que tendría que haber prohibido que fueran pronunciadas por esas bocas. Olvidar, eso es lo que quería, lo que más anhelaba; pero los recuerdos que vagaban en su cabeza, jamás la dejarían, viviría con ellos hasta el fin.

Luego llego la luz a su vida. Como si fuera un héroe, de esos que solo aparecen en las novelas de amor, de esos que, en la vida cotidiana, ya no existen, de esos que creías que ya no se conservaban, de esos que con solo mirarlo a los ojos sabes que es el indicado; llego para romper las barreras que ella misma había creado en su corazón, para que nadie pudiera volver a lastimarlo.

Seis años, seis largos años pasaron para que su amor se pudiera llegar a conformar. Los sonidos de la marcha nupcial quedaron grabados en la memoria de ambos, las rosas blancas habían decorado el pasillo en donde había caminado. Los presentes ese día, notaron como la pareja se juraban amor eterno con tan solo mirarse a los ojos, esos de color marrón y verde, con un brillo de felicidad rodeaban el cuerpo del uno y otro.

Las cajas iban y venían de ese camión de mudanzas que se encontraba en frente del nuevo hogar. La cabellera rubia de la muchacha danzaba al compás del viento que soplaba. Las hojas doradas de los grandes árboles que se encontraban en la vereda comenzaron a caer lentamente, señal de que el invierno se acercaba a pasos acelerados.

Entraron juntos, lo primero que vieron fue un largo pasillo con las paredes blancas, al fondo se podía observar el inicio de una habitación amplia. Al adentrarse al espacio, las paredes cambiaron de blanco a crema; las gigantescas ventanas que iban del techo hasta el piso era el atractivo del lugar, un inmenso jardín con un pequeño árbol de naranjo que decoraba el centro del patio.

Los días pasaban, las semanas pasaban, los meses pasaban; así se llegó a cumplir los doce meses y cinco días de casados. La joven sentía que su vida era perfecta; no sentía que se hallaba con el tiempo atascado en un momento y, que este no avanzara más; era todo lo contrario, las horas que pasaba con él se hacían agua. Los tratos de él hacia ella la hacían sentir la mujer más especial del mundo, como un pequeño animal recién nacido protegido por su madre.

Una mañana comenzaron a empacar, ya que irían de vacaciones por unos días a la costa. La joven se sentó en el lugar del conductor y su marido en el de copiloto. La música de Coldplay sonaba dentro del vehículo. Ambos cantaban sus canciones favoritas, se reían con algunas cosas que iban hablando. De repente comenzó a sonar The Scientist y el silencio colmo el ambiente. Disfrutaron de cada verso, de cada melodía, de cada pequeña palabra; sus miradas se cruzaron por unos segundos, luego una sonrisa adorno el rostro de ambos.

—De principio a fin... —la dijo el joven tomando la mano libre que tenía la chica.

—Juntos.

La promesa que se habían hecho en un instante fue rota.

Un conductor ebrio.

Un auto con una pareja.

Una intersección.

Un auto que dio vueltas.

Un accidente.

Dos almas que tendrían que haber estado unidas, separados en un segundo. El cinturón de seguridad mantenía atrapado el cuerpo de la joven de cabeza; un hilo de sangre corría por su rostro, un sonido aturdidor llenaba su oído y silenciaba el exterior, sus parpados se separaron suavemente, giro la cabeza hacia su derecha, extendió su mano, con la poca fuerza que le quedaba comenzó a moverlo, pero no reaccionaba.

La desesperación comenzó a llenar cada rincón de su cuerpo; ya con ambas manos lo movía con mayor fuerza, pero no obtenía ninguna respuesta. Dejo de moverlo, lo entendió, entendió que no volvería a mirarla, entendió que su boca no pronunciaría ninguna otra palabra dirigida hacia ella; ya no volvería a sentir el calor de su cuerpo junto al suyo. Quedo en su lugar, estática, sin moverse.

Se saco el cinturón de seguridad, lentamente salió del auto, arrastrándose por el pasto. Le dolía cada parte de su cuerpo, pero el dolor de su corazón era aún peor. Recostada en el suelo con la mirada en perdida, fija en un punto invisible en el cielo. Sus ojos aguados, las amargas lágrimas comenzaron a deslizarse por su pálido rostro. Un grito ahogado salió de su garganta. Sus manos cubrían su rostro; no le importaba las heridas que tenía, tiro con fuerza su cabello, gritaba, hasta que sus cuerdas vocales no le permitieron seguir.

Su mente y su corazón no podían aceptar, no podría seguir su vida sin la persona que la ayudo a poder confiar en el amor humano de nuevo.

Cerro sus ojos y las imágenes de los momentos juntos, se le hicieron presente. El día que lo vio por primera vez en una galería de arte de Buenos Aires, mientras analizaba una obra de Tom Friedman y tomaba una copa de vino. Como sus ojos se juntaron con los de ella y no se despegaron en toda la noche. Las palabras no fueron necesarias para saber que una conexión especial se había producido; días después, lo había visto nuevamente en un bar y por primera vez entablaron una conversación, el tema que más predominaba era sobre el cuadro que había estado observando noches atrás.

Recordaba perfectamente como sus ojos brillaban al hablar algo relacionado con el arte, le parecía la mejor forma de expresión del hombre. El poder transmitir un sentimiento por medio de una imagen, y como aquella obra Sin Título, le había echo entender que la vida nunca era justa para las personas, que era sumamente dolorosa.

Sus ojos se abrieron nuevamente, y comprendió que la vida, te da todo, pero te deja sin nada.

Los seres humanos nunca sabremos lo que la vida nos depara para cada uno de nosotros; eso hace que la vida, sea vida.

Pero algunas sorpresas llegan tan rápido que no puedes hacer nada; lo hecho, hecho esta. Nada más doloroso que te dejen en este mundo infeliz.

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