Todo empezó como en un simple cuento, una helada tarde de invierno. Los copos de nieve chocaban la ventana, parecia que estuvieran peleandose por intentar entrar y derretirse en él calor del interior. Os hablare de este ultimo. Me encontraba en un salón, tapizado en madera marrón oscuro. El clásico salón americano, con sofás de cuero y una chimenea expandiendo su calor por él entorno. Me situaba en él sillón del medio, sentado con la pierna cruzada, leyendo un antiguo libro de tapa rancia y sucia. Todo era una tarde tranquila y normal, hasta que, de la nada, entro mi asistenta anunciando él contrato de la nueva sirvienta, la cual esperaba en su espalda por pasar y conocerme.
— Que pase -Dije sin apartar la mirada del libro-
Una hermosa joven entro en la sala, la luz de la chimenea no hacia falta en ella, casi parecía que podía soltar un resplandor propio. Aquella belleza me obligo a apartar la mirada y dirigir él cien por cien de mi atención en ella.
— ¿Puedo saber tu nombre? -pregunte en un tono amable pero aun así serio-
— Paulina
— Bienvenida a mi casa...Paulina. A partir de ahora eres parte de la familia. Luciana -me dirigí a mi asistenta- dejanos solos. Quiero hablar con ella y explicarle sus quehaceres.
—Si señor.
Después del oír él crujir de la puerta al cerrarse, me levante dejando él libro en una estantería a la izquierda de la chimenea. A la cual me quede mirando.
—Sientate, Paulina.
Ver la inocencia en su rostro, me hacia perderme en mis pensamientos en los cuales me apropiaba de sus carnes, la hacia mía en aquel sofá, él crujir, él calor, la humedad de nuestros cuerpos...Reaccione ante un carraspeo suyo.
—¿Señor?...
Cierto. No debía hundirme en los pensamientos, teniendo aquella preciosa mujer sentada en mi sofá. Vestía él típico traje de sirvienta británico. Unas gafas de color negro. Un pelo liso, precioso... Me perdía en su mirada hasta que de nuevo me saco de mis desvaríos apartado la mirada de mi.
En silencio, camine a pasa firme hasta sentarme a su lado.—Esta bien Paulina...te explico...a partir de ahora eres mía. Esas en total derecho, cada vez que desees, de agarrar la puerta y marcharte. Hoy, ahora mismo eres de mi propiedad. Cada centímetro de tu cuerpo, me pertenece. Acataras todas mis ordenes, por extrañas que te parezcan. La vez que las desobedezcas, te castigare. A partir de ahora, me llamaras amo, pues es lo que soy para ti. ¿Entendido?
Una mirada de desconcierto se apodero de aquellos preciosos ojos. Hubo un momento de silencio. Bajo la cabeza, pensativa, y luego, la volvió a subir mirándome fijamente.
—Entendido...amo...
Sonreí. Aquella preciosa mujer, la chica con la que tanto soñé, me pertenecía.
—Empezaras mañana a las 9. Tu cuarto es la catorceava puerta a la derecha saliendo desde la mía. Un gusto haberte contratado.
Me levante y me dirigí a la puerta abriéndola, sosteniendola, marcando él final de nuestra conversación. Lentamente se levanto del sofá, extendió su vestido y paso por delante de mi.
No me pude controlar. El impulso me hizo agarrarla de un brazo para después situarme detrás de ella y agarrar una nalga en mi mano libre. Lentamente me acerque a su oído, susurrando a la vez que mi interior gritaba que la empujase contra aquella misma puerta y fundir nuestros cuerpos en un solo infierno.
—Mas te vale estar preparada mañana...
Solté su nalga y ella, continuo su camino. Pude notar, desde él agarre, la humedad y él calor que aquella chica desprendía entre sus piernas. Cerré la puerta y me apoye en ella. Mañana...seria otro día.
