Saturno.

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Nuevamente.

Sawada se removió en su cama incómodo por la repentina soledad y se tensó ante los rostros que acudieron a su mente, un escalofrío recorrió su cuerpo y dejó de intentar caer en la bruma del sueño.

Simplemente era imposible estando así.

Se encontraba alterado, suspiró mientras se sentaba.

Su habitación se encontraba sumida en la penumbra y sólo la luz de la luna filtrándose por su ventana iluminaba la alcoba, se sintió sofocado.

Extrañaba a su tonto novio, ¿para qué demonios Reborn le había enviado a la quinta avenida de Júpiter? ¡Es que la lejanía era tal que sólo la separación de los planetas podría igualarle!

Bufó, últimamente empezaba a hacerse consciente de lo muy exagerado que llegaba a ser algunas veces.

Resignado por lo mucho que divagaría esa noche, Tsunayoshi se puso de pie con intenciones de salir a por algo de beber y, quizá si tenía suerte, dar un paseo nocturno.

Sólo rezaba no cruzarse ni a Gokudera (quien le reñiría como a un niño pequeño), ni mucho menos a su sádico tutor.

Un escalofrío le recorrió ante la sola idea, desde donde estaba podía escuchar la risa macabra de ese puberto asesino. Los entrenamientos de medianoche eran su pasión cuando no estaba detrás de vacas tontas y hormonales.

El décimo no se explicaba cómo era posible que aquel que le entrenó pudiera disfrutar tan libremente de una segunda pubertad. ¡No era normal! Bien había dicho él que Reborn debió de aprovechar la oportunidad que Verde les dio a él y los demás para volver a la normalidad.

¡Si es que sólo Colonello, Fon y Mammon habían aprovechado!

Y ahora estaban cada día más cerca de ser pasas, pero pasas que disfrutaban de una maldita vida adulta sin atosigar a Tsuna más de lo necesario.

Sólo su madre sabía por qué se había convertido en psicólogo de parejas siendo que su relación era estable sólo por la otra parte, que de ser por él estarían más perdidos en su madre en New York.

¡Que ya había pasado una vez y todo!

Suspiró girando el picaporte de la puerta despacio y asomándose con miedo al exterior, los pasillos oscuros no le hicieron sentir seguro.

Aún así, se armó del valor propio de un jefe de la mafia y salió corriendo como si le persiguiera el mismísimo Hannibal Lecter en dirección a la cocina.

Sea por la oscuridad o por el terror psicológico que su tutor le generaba, pudo jurar que escuchó pasos apresurados seguirle y casi gritó con toda la masculinidad de la que era poseedor.

Gracias a Dios se contuvo y llegó dando tumbos a su objetivo al tiempo en que Lucifer hacía caer uno de los carísimos jarrones del pasillo, Sawada Tsunayoshi lo sintió mucho por Lucy (el jarrón), pero no se arriesgaría por ella.

Cerró apresurado la puerta de la cocina y se apoyó en ella con los ojos cerrados, centrado en los sonidos que se producían tras ella y preparándose para correr hacía la barra y tomar un cuchillo con el cual defenderse de entes malignos, guardianes con complejo de madre y tutores satánicos de ser necesario.

Pero su mayor susto no llegó por la espalda, fue un ataque ninja, algo heredado por generaciones y perfeccionado con años de duro entrenamiento, fue un...

—¿Qué se supone que haces, Tsunayoshi?

—¡Hiiiijooooo deeeee puuuut...! —parpadeó dejando ir el susto y enfocó aquel conocido e irritado rostro, chasqueó la lengua— Sólo eres tú, podrías haberme avisado que estabas aquí. Me diste un susto que no te imaginas.

Saturno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora