Parte única

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Samhain.

Una fecha especial que provocaba distintas reacciones entre las personas.

Estaban los que pensaban que toda esa celebración tenía algo que ver con el eterno enemigo del nuevo dios que vino a sustituir a los antiguos. Otros lo tomaban como una fiesta pintoresca, una oportunidad para disfrutar con libertad de disfrazarse y jugar con sus amigos. Para ese tipo de gente el Samhain no era nada más que una leyenda urbana que intentaba ser aterradora.
Y existía un último tipo de gente, aquella que ya sabía lo que había en la oscuridad, la que conocía el nombre y la forma del monstruo bajo la cama del que todos hablaban con risitas para ocultar el miedo. Esta gente temía a esa fecha, entendía que era verdad que las fronteras entre el reino de los muertos y el plano de los vivos se volvían delgadas dejando pasar entidades que no deberían de existir pero que pululaban libres por una noche entre las atemorizadas personas.

Uno de esos conocedores era John Constatine, británico, mal genio, fumador compulsivo, apostador y constante bebedor de bourbon barato en bares de mala muerte. Un hombre que buscaba olvido de los horrores pasados, presentes y futuros entre los brazos de algún desconocido que entregaba placer a cambio de una botella.

Pero esa noche el cuerpo bajo suyo no era ni desconocido ni ebrio.

Su gabardina raída está colocada desordenada sobre una impecable silla Luis XV, sus pantalones tirados en el piso al lado de unos zapatos de piel que fácilmente sobrepasaban en precio al sueldo promedio de una familia de la ciudad. Su camisa abierta caía de sus hombros un poco mas con cada embestida que recibía en su interior provocando deliciosos estremecimientos por todo su cuerpo.

Para John Constantine Bruce Wayne era más que el calor desesperado de una noche especialmente oscura; la extraña farsa que montaron el día en que se encontraron sudorosos y desnudos uno frente al otro y no encontraron excusas para lo que habían hecho. Eran tan jodidamente dispares que se aferraron a sus pocas coincidencias para seguir el camino que abrieron a mordidas esa noche.

Mientras que para Wayne el inglés era uno de los pocos seres tangibles que habían pasado por sus sábanas, con él podía ser todo lo brusco, violento, suave, rebelde, dulce que quisiera, él no estaba allí para juzgar ni tenía que jugar con él a ser Brucie. John no era como esas mujeres de alta sociedad que se entregaban trémulas vestidas tan solo con un collar de diamantes y soñando despiertas con un anillo de compromiso que las uniera al soltero más codiciado de la ciudad. Tampoco era como las señoras que, entre risas, escondían el anillo de casadas para poder meterse sin culpas entre sus sábanas y comprobar si era cierto el rumor que corría entre las mujeres de clase alta, ese que decía que Bruce Wayne podía hacerte llorar de placer si es que tenía la suerte de ir con él a su casa.

Con él no tenía que esforzarse para mantener la sonrisa a la mañana siguiente, con él podía quedarse con los ojos tapados hasta tarde o despertar solo en la enorme cama libre de compromisos y falso interés. Se podían mandar a la mierda y regresar a dormir juntos sin hipocresías.

El orgasmo los golpeo a ambos con intensidad, convirtiendo los gemidos en gruñidos y suspiros. Se dejaron caer en la suave colcha agotados, sudorosos, lleno de marcas y cicatrices pero relajados, había un acuerdo tácito de mantener la relación en lo que era hasta el momento, no involucrarse más allá que esas noches en la cama y el desahogo que venía unido al placer. Y ninguno de los dos había fallado al compromiso, era más un trámite al que acudían gustosos que nada y estaba bien.

Hasta que ya lo estuvo y, como en toda historia, hay uno que siempre termina deseando más de lo que tiene a pesar de los esfuerzos. El rubio comenzó a mirar a su compañero por largos segundos, a quedarse un poco mas en la cama, lo suficiente como para sentir el calor y grabarse el aroma del cuerpo a su lado para evocarlo en la soledad de la pieza de hotel barato que alquilaba en sus visitas a esa ciudad olvidad de Dios y amada por el demonio, rozar su mano discreto y tímido, a tener las nuevas heridas, las nuevas misiones, a los nuevos criminales, locos o cuerdos, que brotaban de las entrañas corrompidas de Gotham.

SamhainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora