Ese día era martes. Cuando despedí a mamá no supe que era la última vez. Supongo que lo sientes, al fondo, oprimiéndote: el sabor de la última vez.
—La señora Bonplant está muerta
Jane soltó un sollozo lastimero abrazada a Jason, lloró un buen rato, e incluso pidió al doctor ver su cadáver cuanto antes. También existe una diferencia abismal, en cuanto a vivir o morir más allá del habla o la respiración. Respecto a eso, es mentira lo que dicen en las películas: de ningún modo pareces dormir.
No quería entrar. Pero lo hice, el pobre Jason indeciso parecía querer partirse en dos. Ni siquiera me acerqué a la cama, me quedé clavado cerca de la puerta, observando una silueta envuelta en sábanas blancas.
Luego recuerdo sentir el calor de las brasas en la cara mientras asociaba su ausencia con un viaje extendido. No era extraño, a mamá le encantaba ir y venir, conocer, por eso amaba lo que hacía.
Los días siguientes fueron tranquilos, hasta entender al primer mes que no iba a regresar. Las noches eran tan vacías y silenciosas como los días; en ese tiempo comencé un paseo metódico hacia el abandono. No iba a volver, así que resolví que no ocupaba trapear el suelo, o desempolvar el sofá para que no montara un numerito al volver.
El trabajo y la universidad se volvieron más duros. Con el tiempo, en vez de hacerse llevadero, el silencio, la soledad, crecían y crecían. Nada era igual que antes, las noches eran las mismas: sentado frente una barra, o en alguna de esas mesas solitarias bebiendo sin parar.
De vez en cuando me iba a bailar, otras me encontraban tan borracho que terminaba llamando a un tonto bastante idiota como para ir a buscarme. Ese era Jason. El que quería partirse para consolar a dos.
—Demonios. Levanta.
Para entonces ya me habían traído mi trago. Uno que recibí con una amplia sonrisa. Borracho le puedo sonreír hasta a el loco de la plaza del árbol. Aunque el tipo huela a mierda y no te deje en paz hasta obtener un par de monedas para su hora feliz.
Cuando iba a tomarlo Jason lo arrancó de mis manos para resguardarlo detrás de su brazo izquierdo, dejándome sediento y con grandes ganas de hacerlo puré.
— ¿Cómo se le ocurre darle más de esta mierda?
El tono que usó me dio risa. Cuando se enfada, la voz le suena rasgada, gruesa como si se hubiera atiborrado de helio. Estaba muy ocupado riéndome, pero quizá miré por el rabillo como el bartender ponía su cara más seria.
—No grite. Llevo un buen rato dándole agua carbonatada con limón señor. Si ha bebido otra cosa ha sido cosa suya.
— ¡Agua carbonatada! Ya decía yo que me sabía amargo ¡Maldito desleal, creí que éramos amigos!
El tipo entornó los ojos y los demás clientes observaron. Yo estaba muy ocupado intentando impulsarme sobre la barra, de no ser porque Jason me sujetó de la chaqueta.
—No montes un espectáculo— dijo luego de dejarme sentado en el taburete de un solo tirón. El amigo hizo clases de gimnasia y boxeo cuando estábamos en el instituto. Y yo, en comparación, soy un jodido costal de huesos —. Déle un vaso de agua fría por favor.
Después no dejó de jalonearme para que estuviera quieto, como a un perro sin entrenamiento. Fuera de que me sacaba de quicio, el hombre estaba serio y desaliñado. Puede que lo hubiera despertado tras toda la semana de parciales. La idea me hizo tragar las ganas colosales de hacerme un collar con sus dientes. Aunque dudo que pudiera hacerlo.
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En la Oscuridad
Short StoryMorir no puede ser una opción, enamorarse de un amigo tampoco la es. Jason lo sabe, aun así no puede evitar sentirse abrumado con sus emociones, William tampoco. Sólo que ambos terminan desplomados de manera diferente, él ve a su mejor amigo amar a...