35 - Nunca digáis «nunca»

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Tanto los holandeses como el mismo Pierre pudieron observar la columna de humo que ya se desprendía de la fragata. El pirata, que se mantenía flotando y a la espera... se desesperó. Pensó que Coral debía seguir a bordo pues de lo contrario, ya hubiera venido junto a él, habida cuenta de esa facilidad o habilidad especial que tienen los tritones para ubicar las cosas en el mar. Por su parte, el capitán holandés sonrió con satisfacción y tomando su catalejo no sólo vio que la fragata se incendiaba, sino y también, como sus tripulantes saltaban al mar como ratas, alejándose de la nave en llamas y nadando hacia la costa. «Los tengo», se dijo en voz baja. Pensaba también que ahora los náufragos dependerían de ellos para volver a la civilización y no tendrían otra opción que explicar de qué iba todo el extraño asunto.

Pierre estaba tan concentrado y absorto en la imagen del humo que ascendía a los cielos ya claros por haber comenzado la mañana, que no notó el acercamiento del Tulipán.

—¡Pierre! ¡Pierre! —gritó Poulet desde la cubierta.

El flotante coco rubio, al oír gritar su nombre, pareció como volver en sí y tornó a mirar el origen del llamado, encontrándose con una mezcla extraña de sentimientos opuestos: por un lado la tranquilidad de retornar a su barco y por otro, al descubrir que no era la voz de Coral. Pierre comenzó a nadar hacia el casco de la nave al tiempo que desde cubierta descolgaban la pequeña escalera de cuerdas que se usaba en tales casos. Un Pierre empapado, agitado y casi desesperado, subió como una araña a tal velocidad que todos se asombraron.

—¡Rápido, Poulet! Debemos rescatarlo.

—¿A quién? No creo que sea necesario, capitán, todos podrán alcanzar la costa sin problema.

—¡Al tritón, necio, al tritón!

—Venga, Pierre, que ese es el que menos lo necesita. Si los marineros pueden nadar, el tritón ni se diga...

—¡Que no seas necio y escúchame! El tritón debe estar atrapado en la fragata.

—¿Y cómo lo sabes?

—Lo sé y punto. No discutas. ¡Rápido! Que desplieguen todo el velamen. Hay que llegar y alcanzarlos antes de que sea tarde.

Poulet ordenó avanzar a toda velocidad, pero también preguntó:

—Y cuando lleguemos, ¿qué piensas hacer? ¿Abordar ese infierno?

—Exactamente.

—Estás loco, perdóname, pero estas totalmente loco... o... ¿por qué quieres salvarlo con tanta desesperación? ¿Eh?

—Porque... porque... —Pierre dudó al intuir lo que en forma velada parecía preguntar el mulato—, porque él es el único que puede sacarnos de aquí rompiendo esa majadería de navegar en círculos.

—¡Oh! Ahora nos entendemos... ¡Rápido! ¡A la fragata! ¡A toda velocidad! —gritó Poulet a todo pulmón y los piratas respondían como un hormiguero que halaba jarcias, movía vergas, extendía las velas mayores o se aferraban al timón manteniendo el curso con firmeza; todo en una maraña de cuerdas, telas y hombres que sólo la pericia de quienes tripulaban la nave, evitaba que se transformara en un caos.

Cuando el holandés vio con su catalejo lo que sucedía en el Tulipán, ordenó lo mismo y la urca también se apresuró para alcanzar a la nave en llamas.

—¿No iremos a rescatar a los sobrevivientes? —preguntó el Primer Oficial holandés.

—Los marinos estarán seguros en tierra firme, no debéis preocuparos. Pero, ¡mirad! Los piratas se apuran para alcanzar a la fragata, que para este momento ya debe estar vacía de tripulantes.

EL PIRATA Y EL TRITÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora