3 de Septiembre de 1840

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Creía que estaba bien, que lo había superado... ¡Ingenua alma la mía!

Deprimido, triste, dichoso.

Mi vida gira en bucle en torno a esos tres sentimientos desde la pérdida de Elizabeth. Mi querida Elizabeth... La muerte me la arrebató tan rápido como un gélido suspiro, y ni siquiera tuve tiempo de disfrutar de los efímeros segundos que duró la llama de nuestro amor.

Una llama que está ahora extinta.

Apenas siento la necesidad de comer, de respirar, de sentir. Me despierto por las mañanas sin un ápice de estas ganas extrañas que presenta todo el mundo por vivir.

Todo me recuerda a ella, la veo por todas partes, por todos los rincones de esta solitaria casa. En la cama, bañada por los colores de amanecer; sentada en su piano, dejando que aquellas manos de porcelana bailaran sobre las teclas...

Por eso es que he decidido mudarme. Sí, dejar la vida ajetreada de Londres, y viajar hasta Escocia. Instalarme en una pequeña villa, con pocos habitantes, y pasar el resto de mis días en una modesta casa en el bosque, sólo con la naturaleza. Ciertamente, es una gran idea, o eso creo. Lo correcto sería buscar apoyo en mi familia y no en mí mismo pero, desgraciadamente, Elisabeth era mi única familia. Sin nada ni nadie, no me queda otra que huir lejos de esta pesadilla, y comenzar una nueva vida.

Sí, eso es lo que haré.

Un brillante futuro me espera.

Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora