21 de Octubre de 1480

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¡No pienso volver a poner un pie en esa casa!

Lo que voy a escribir ahora os sonará extraño, irreal, creereis que he perdido la cabeza, que estoy loco, majareta...que necesito ir a ese lugar donde la gente lleva camisas de fuera. Sí, el manicomio. Creereis que debería estar encerrado, pero no. Esto es tan real como tu propia existencia, puesto que la mía ahora se ve un tanto difusa.

Mi pulso aún tiembla, mi corazón aún late desbocado. Los nervios me corroen. Pero terminaré este diario de una vez por todas. Este será el último día en el que escriba en él. Y después de ello, pienso mandarlo lejor, muy lejos, junto con el recuerdo de esta historia...

Puesto que ya no me encuentro seguro en vida, me gustaría probar en muerte...de todas formas he descubierto que aún seguimos vagando por el mundo cuando ésta nos llega.

Anoche, cansado de la rutina que estaba llevando mi vida, decidí ponerle fin a todo este embrollo y bajar a ver qué ocurría. No sé muy bien por qué lo hice, pues no me puedo arrepentir más de ello, pero la cuestión es que ocurrió, y lo que ví no me produjo satisfacción alguna.

Al abrir la puerta de mi dormitorio y bajar las escaleras de caoba de la entrada, me encontré con Juana de Arco, Ana Bolena, William Shakespeare(buscar si cuadrsn con la fecha), y todos los protagonistas de los cuadros fuera de estos, con aspecto cadaverico, bailando y cantando juntos. Las armaduras estaban luchando y bebiendo whisky, aunque como no tenían boca, este se les escurría por sus barrigas de acero. Las cabezas de animales lloraban y las pieles de oso del suelo se habían alzado en todo su esplendor. Estaba atónito, no podía moverme.

Todos me miraron y comenzaron a reír.

Algunos hablaron en un idioma ininteligible para mí, pero otros decían claramente: ¡el viviente muerto se une a los muertos vivientes!

Se abalanzaron sobre mí y comenzaron a guiarme en un baile fantasmal. Un grito gutural se escapó de mi garganta y salí conrriendo despavorido hacia el bosque, los árboles se movían y mostraban caras sonrientes. Corrí, corrí como si no hubiera un mañana hasta llegar al pueblo, donde me encontré a todos sus  habitantes, fuera de sus casas, también bailando y cantando...¡pero eran cadáveres! No había rastro de piel, ni de pelo, incluso sus ojos habían desaparecido...no habia nada, solo huesos.

No sabía a donde ir, no tenía escapatoria. Volví al bosque y llegué a un acantilado donde, para mi sorpresa, o quizás no, había una mujer. Una mujer de cabello negro y vestido blanco y piel luminiscente, cuando la muchacha se giró su rostro me era familiar, y tanto que lo era, pues aquella mujer era mi querida esposa, ¡ mi Elisabeth!

Me estaba sonriendo mientras estiraba un brazo hacia mí, invitandome a ir con ella. Yo corrí a coger su mano, pero antes de que puediera siquiera rozarla, esta saltó al avismo...me dejó de nuevo. Caí de rodillas y comencé a gritar y a llorar como el loco que era, su cuerpo desapareció entre las olas salvajes del mar.

Pasé allí la noche, acurrucado en mí mismo y con lágrimas incesantes. Por la mañana, pedí un carruajede vuelta a Londres, lejos de aquella pesadilla.

Ahora mismo me encuentro atando la soga que pondrá fin a mis días, sin nada más que añadir, buenas tardes, querido lector. Espero que pase una espléndida velada.

Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora