"Zombiville"

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Seis meses después de la infestación zombi.

Alrededor de media tarde, unas botas marrones desgastadas levantaban una leve polvareda al frenarse delante del cartel que anunciaba la llegada a "Zombiville", no sé a qué clase de gracioso macabro se le había ocurrido la genial idea de cambiar los nombres de las ciudades, pero las últimas en las que había estado también habían sido modificados sus respectivos letreros. Éste era de los menos graciosos, hubo uno en especial que hizo -esbozar una gran sonrisa a Graze.

— A ver...cómo era? Trató de recordar frunciendo el ceño. — Ah sí, la ciudad "Piepodrido". Poco duré allí...Eran demasiados. —

Siempre desconfiaba sobre qué material usaban para escribir las palabras. El rojo intenso hacía creer a su ser más inocente que se trataba de simple pintura roja. Pero la manada de moscas que zumbaba alrededor del cartel y el horrendo olor que manaba de él, delataban claramente que no se trataba de pintura...

Reprimió un escalofrío, pese al calor de la estación en la que se encontraba. Un grito salió de dentro de la ciudad, una mujer. Probablemente otra superviviente con poca suerte ese día. Pero hacía días que se había quedado sin comida y llevaba un día sin beber. Su carrera de nutricionista le había enseñado que bien se podían pasar bastantes días sin ingerir alimento, pero con el agua... Cogió aire fuertemente y se encaminó hacia la ciudad.

Aprovecharé su caminata para describírosla.

Graze nunca había sido una persona demasiado coqueta, cosa que le venía de perlas ahora que el apocalipsis había llegado. Era alta, vestía un chaleco negro que la protegía las noches que dormía a la intemperie, llevaba una larga coleta morena recogida en una cola de caballo y unos pantalones militares que había encontrado en su último saqueo, ya que los suyos se habían roto al escapar de unos pestilentes cadáveres andantes que la acosaban en busca de un buen pedazo de carne y unas gafas de aviador en el cuello, nunca las había usado ni necesitado, pero siempre quiso unas y cuando se le presentó la oportunidad de tenerlas, no las dejó escapar. Era muy decidida, no tenía novio ni interés en tenerlo, y ahora, mucho menos.

No le gustaba la gente, cuando todo iba bien rehuía la compañía humana, le gustaba hablar sola, mismo cuando discutía sobre algo, rara vez llegaba a un acuerdo consigo misma, el mundo la tomaba por una loca y, sin embargo, ahora parecía encajar perfectamente en el contexto que le tocaba vivir.

Hacía muchos días que no se encontraba a nadie deambulando por ahí, a nadie que respirase, quiero decir. En cierto modo eso la inquietaba, le gustaba sentir a gente tan huidiza como ella o, incluso más. En una ocasión se encontró a una pareja que parecía ir en la misma dirección que ella. No pudieron evitar frenar el coche al ver a una inocente e indefensa muchacha deambulando sin rumbo.

— Te acercamos a algún sitio? — dijo la melodiosa voz de la chica que iba de copiloto. Una enorme sonrisa se dibujaba en su rosto— No deberías andar por ahí tú sola, ven acompañémonos en el viaje.

—No os he dicho a dónde me dirijo. —

— A algún sitio libre de monstruitos espero ¿me equivoco? — dejó escapar una risita nerviosa. En momentos como estos debemos ayudarnos los unos a los otros...— se escuchó un crujido y Graze alzó rápidamente su mano derecha para acribillar a disparos a la encantadora pareja. El muchacho que conducía apenas tuvo tiempo de desenfundar quedando su cadáver con una mano metida en el bolsillo y una mueca de ira en el rostro. Graze abrió la puerta y pudo ver como una metralleta descansaba en el regazo de la muchacha muerta, listo para ser usado. Con sendas manos desabrochó su ensangrentada camisa y en el pecho pudo ver un tatuaje con tinta roja y el dibujo de un cuervo. Repitió la operación con el chico, aunque ya sabía lo que se iba a encontrar y efectivamente, tenía tatuado un oso. Con repulsión, le propinó un consistente y viscoso escupitajo en la cara y los echó del coche. No sin antes haberse adueñado de sus pertenencias. Rebuscó en la guantera, algo que le ofreciese más información sobre los "Hijos de Sangre", o así se hacían llamar, eran una secta que se encargaba de capturar a supervivientes, robarles en el mejor de los casos y matarlos en el peor. Eran demasiadas las historias que había escuchado sobre ellos recaudando información de aquí y de allá, proporcionada tras fugaces conversaciones con viajeros que se topaba en los caminos. En alguna ocasión temía estar hablando con uno de ellos, haciéndose pasar por una persona asustada, pero no la mató, no hasta estar segura del todo.

En el cuello llevaba un colgante con forma de corazón, un medallón en cuyo interior guardaba una nota que rezaba: " Requiescan in pace "

Se lo había regalado su madre en un viaje que había realizado al Vaticano con sus amigas hacía apenas dos años y le parecía que habían pasado doscientos desde aquello. Instintivamente se llevó la mano al pecho y lo agarró con fuerza.

— Madre, ni te imaginas cuánto te echo de menos...— suspiró con resignación, era lo mejor que podía hacer en esos casos.

Una vez llegó a la primera de las calles que se perdían en el interior de la ciudad, algo la hizo ponerse alerta, algo no iba bien. Se suponía que tras haberse introducido tan de lleno en el peligro ya estaría escapando de esas malas bestias que lanzaban dentelladas a diestro y siniestro. Pero no era así, en lugar de eso un numeroso grupo de cadáveres poblaba el suelo, llegando a dificultar sus pisadas, pues no veía con certeza en dónde apoyaba los pies. Escuchó un ruido e instintivamente se echó a un lado ocultándose en el interior de una tienda semiderruida, al rato, otro lamento como el que había escuchado nada más llegar interrumpió sus pensamientos.

—Malditos cabrones, dejadme en paz, nos os he hecho nada malo, ¡soltadme o lo pagaréis muy caro! —

Se fue escurriendo entre los cadáveres hasta ocultarse bajo uno de ellos, fue entonces cuando pudo ver a la mujer que propinaba tales voceríos.

En una de las calles principales un numeroso grupo de hijos de sangre se hallaba divirtiéndose mientras mantenía atada a una muchacha a un poste, a sus pies se agolpan sus escuetas pertenencias.

Sin duda se encontraba en serios problemas, y ella apenas tenía medio cargador de balas. En un instante sopesó las posibilidades que tenía.

— Si mato al que sujeta las cuerdas, se liberará la chica y con su ayuda seremos dos contra cinco... Pero le daría tiempo al resto a desenfundar y nos matarían en un pestañeo. Si mato al que tengo más cerca podrían matar a la muchacha y luego a mía, con lo cual más difícil todavía. — Una gota de sudor le resbaló hasta la comisura del labio, se la secó y cargó el arma. —A la mierda, ya sabía que algún día llegaría mi hora. ¿Por qué no hoy?—Besó el corazón que llevaba al cuello y empujó con fuerza el cadáver que tenía sobre ella para delatar su posición.

— ¡Eh, Cabrones! — gritó sujetando una pistola con cada mano (en realidad solo tenía balas en una de las armas, pero el llevar las dos le confería un toque más amenazador.) —¿Por qué no probáis a meteros conmigo? — disparó antes de terminar la frase, llevándose por delante a uno de los malnacidos. En ese momento le invadió el terror, consciente de que no vería un nuevo amanecer. La chica que se hallaba prisionera se liberó y cogiendo rápidamente uno de sus cuchillos se lo lanzó a uno de los agresores atravesándole el pecho.

—Se acabó, pensó. — Al menos moriré intentando ayudar a alguien. Se dejó caer de rodillas esquivando una bala que tenía como trayectoria alojarse en su cerebro. Un golpe de suerte.

Fue en ese momento cuando la arrojadora de cuchillos gritó.

— ¡Dónde coño estás Bronn! — y un punto rojo se marcó en el rostro de un enemigo volándole por completo los sesos.

— Ya era hora, joder ¿será posible que siempre tardes en hacer las cosas? — le dijo al punto rojo que se dirigía de enemigo en enemigo abatiéndolos por completo.

— Tú, morena. Muchas gracias por tu ayuda, ¡no esperábamos tu visita! — decía mientras propinaba patadas a los muertos y les quitaba las cosas.

—Hoy ha sido una buena cosecha. Sin duda. Ven y coge lo que quieras, creo que sin tu ayuda podría haber muerto, esta vez Bronn ha arriesgado demasiado. Corrijo, me ha arriesgado demasiado. —

Graze se quedó perpleja con la boca abierta mirando a la saqueadora, le costó unos instantes comprender que todo estaba perfectamente planeado. Al rato un hombre con enanismo y una pañoleta en la cara emergió tras una puerta. A las espaldas llevaba un rifle que medía bastante más que él, resultaba un poco cómico.

—Mierda Stace, no encontraba ningún sitio donde apearme. ¿La puñetera ventana estaba demasiado alta, Por qué cojones no las harán más pequeñas? —

— Para que no te caigas por ellas, pequeñín. — le dijo mientras le lanzaba un guiño divertido.

—Que te den, no me importa haber disparado tarde, si hubieses muerto, una cretina menos, ya ves. —

CrazyZombieWhere stories live. Discover now