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¿Psiquiatría? No podía ser, yo no estaba loca. Era una persona normal, ¿no? Solamente tenía un cuerpo no lo suficientemente agradable, no es nada del otro mundo intentar cambiarlo. Y no solo me asustaba la idea de pasarme no sé cuánto tiempo encerrada, sino que ahora todos conocían mi secreto, mi faltade autoestima, mi desprecio por la vida. Sus miradas estaban puestas en mí con una mezcla de reproche y preocupación, y eso solo me hacía sentir peor. No solo tendría que pagar yo las consecuencias, sino que mis amigos y padres iban a estar detrás mía luchando para que me recuperara. 

Después de que el médico saliera de la habitación haciendo explotar una bomba, todo se quedó en silencio, nadie sabía qué decir ni qué hacer, y yo solo deseaba desaparecer. Me sentía humillada, como si sus ojos me estuviesen diciendo que había cometido la estupidez más grande. Encogida en mi sitio recibiendo broncas silenciosas, solo luchaba por abrir los ojos y desear que aquello solo fuera una pesadilla. Por favor, Dios si consigues que esto no sea realidad, prometo ir a la iglesia todos los domingos y ayudar a los más necesitados. Pero nuevamente, solo recibí otra clara señal de que no existía nada superior a nosotros. 

Un carraspeo me hizo salir de mis plegarias y dirigir mi mirada a mis padres, que comunicándome que iban a desyunar me dejaron allí sola con mis amigos. El aire me comenzaba a pesar, la falta de palabras me agobiaba y me hacía sentir culpable. Nuevamente, las voces volvieron a atacarme. Pero esta vez no tenía con qué hacerme daño para callarlas. Egoísta. Estúpida. Imbécil.


Unas lágrimas descendieron por mi mejilla dejando un sabor salado en la comisura de los labios. Sentí una mano limpiándomelas, pero no tenía la suficiente valentía para girarme y descubrir quién era el dueño de esa mano. Una voz rota se atrevió a desafiar al silencio. 

- Cein, ¿por qué? ¿Por qué nunca nos has contado que te sentías así o que estabas haciendo estas cosas?

Las preguntas de Dreic jamás recibieron una respuesta, no solo porque no quería hablar de eso, sino porque algo impedía que mi voz saliese de mi garganta. Mi mirada estaba perdida en el blanco de las paredes, y supe que ellos no estaban seguros de si había escuchado lo que me habían dicho o simplemente los estaba ignorando. Sic agarró mi mano, como si quisiese traerme de vuelta de mi mundo para estar con él. 

Por primera vez desde que aquel señor de bata blanca salió de la habitación, me atreví a mirar a sus ojos. Estaban empañados y unas lágrimas amenazaban con caer sin que nadie pudiese hacer nada por evitarlo. Su rostro estaba contraído en culpa, remordimientos y preocupación. Quizá se sentía culpable porque a pesar de saber que tenía problemas con la comida nunca se lo había dicho a nadie para que me pudieran ayudar. Pero eso era lo que yo más le agradecía, que hubiese podido guardar un secreto como aquel, que aunque nunca me lo había confesado sabía que le comía por dentro de forma lenta y torturosa. 

Le intenté dedicar una leve sonrisa que se quedó más bien en una mueca, luchando para que la culpa le abandonara de una vez. Pero su rostro se contrajo aún más, no podía verme en esa situación. Estuvo a punto de perderme y no se lo podía perdonar, mi corazón había dejado de latir durante diez segundos en los que él solo había sido capaz de susurrar 'la he perdido'. Aún cuando mi corazón volvió a latir, él no se había deshecho de aquella sensación que seguía presente.

Elly sollozaba en su sitio, tapándose la cara con las manos en un inútil intento de no romper aquel silencio volviéndolo más incómodo todavía. Y yo que no sabía cómo solucionar aquello, como hacerles creer que estaba bien. Era algo imposible teniendo en cuenta que estaban a punto de encerrarme en psiquiatría. 

Dime que no soy yo. (DQS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora