Primera Carta.

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Sólo pensar que pudieron ayudarla mientras aún estaban a tiempo y que no lo hicieron, solo estuvieron ahí, inmóviles. sin hacer nada, casi como maniquíes en la ventana de exhibición de algún almacén, mirándola fijamente viendo como poco a poco se entregaba a los brazos de la depresión que posteriormente sería su tumba, dejándola encerrarse en su dolor, entrando en un oscuro foso dónde no podría salir sin ayuda. Abandonada a su suerte frente a un mounstro que la iba a devorar paulatinamente, con calma, disfrutando de su agonía.

Gritos, lamentos, voces lejanas que rogaban por que no lo hiciera.

»Desprecio

Es lo que siente cuando con sus lágrimas hipócritas corren hacia su cuerpo inmóvil, tirado a un lado de la puerta.

Su familia solo quedarán con el desagradable recuerdo de ese ser, que en su corta vida aprendió que no existe la felicidad sin la perfección,y que por obvias razones jamás pudo ser feliz.

Rosas rojas que en su tumba yacen, marchitas cual corazón de la chica a la cual despreciaron durante toda su existencia.

Pena, el sentimiento de aquellos que miraron en que se convertía y solo se limitaron a susurrar y comentar, manteniéndose al margen, como simples expectadores sin llegar a inmiscuirse profundamente en el problema.

"Estoy bien", una máscara que escondía lo que en verdad ocultaba esa chica en el columpio bajo el Ginko del patio de la secundaria Ashtelmischt, a quien todos rechazaban por razones desconocidas.

»¿De verdad estaba bien?

La psicóloga Ashton había tratado de ayudarla desde que habían iniciado sus terapias luego de su primer intento de suicidio, hablaba con ella pero jamás había dado su brazo a torcer con respecto a las razones que la impulsaron a tomar un cuchillo y preparar una bañera con agua tibia para luego zambullirse y abrirse las caras internas de los brazos, anhelando el suave susurro de la muerte reclamandola finalmente.

»Por supuesto que sí, creo que ya podremos prescindir de las sesiones, estoy completamente bien, me siento bien. - finalizó la chica con una sonrisa de oreja a oreja que más se asemejaba a un macabro intento de mueca- He pensado, señorita Ashton, que un cambio me haría bien, no lo sé, tal vez un nuevo estilo, podría cortar mi cabello un poco y cambiar mi guardarropa.
La bonita mujer al otro lado del escritorio le dirigió una radiante sonrisa, complacida de que, al final, su esfuerzo se estuviese viendo reflejado en un cambio de actitud de parte de la joven chica que había estado yendo continuamente a sus terapias durante los últimos cuatro trimestres.

La mujer, quien ya estaba finalizando su treintena era una morena bajita, con una constante sonrisa en sus labios y una desbordante energía. Había visto mejoría en el estado de la paciente durante el último mes, se mostraba más abierta, despejada y mucho más animada que al inicio. En aquel entonces supo de sobra que sería muy difícil sacar los más profundos pensamientos a su nueva cliente, pero que en caso de lograrlo iba a suponer un gran orgullo para si misma así que se había mostrado complacida con la idea que la castaña le había hecho saber.

»Oh, por supuesto querida, ahora que tocas el tema, te recomendaría que pasarás un tiempo fuera de la ciudad, la vida en el campo es muy buena, admirar la naturaleza y relacionarte con tu al rededor, estrechar lazos con la tierra,es muy bueno para nuestra salud ¿No lo crees?- Preguntó al borde de un ataque de emoción que se multiplicó ante la afirmativa de la señorita cuyos ojos y oidos habían estado estudiando toda la situación, contemplando y estudiando toda la habitación como si tratara de grabarse la imagen del acogedor despacho de su psicóloga. No era tonta, sabía que ella no había bromeado con respecto a prescindir de sus encuentros las tardes luego de clases y temía que la chica lo hiciera de nuevo, aún así confiaba en ella y en qué sus habilidades habían dado resultados por fin.

La despidió con una sonrisa y un abrazo, viendo como su paciente dirigía sus miembros inferiores camino hacia la puerta blanca que daba a los jardines para volver a casa. Era una pena, le había tomado afecto a la niña y aún no estaba segura de la las próximas acciones de quién había salido por la puerta del despacho, sin embargo decidió confiar en ella.

Grave error.

Cartas al vacío (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora