¿Y el príncipe dónde está?

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PRIMERA PARTE.

PRIMER ENCUENTRO.

Recuerdo muy bien cuando lo vi por primera vez. Éramos muy jóvenes, asistíamos a una de las mejores universidades del Sur de Inglaterra, mi padre había decidido que yo tendría que estudiar en la mejor, y por consiguiente termine aquí. Era muy grande, y la verdad me sentía cómoda y más aun sabiendo que iba a estar lejos de mis padres por algún tiempo.

Me encantaba salir por las noches a caminar, fantasear y estar libre del montón de individuos molestos del campus... La luna y las estrellas eran mi compañía en esos momentos. No tenía muchos amigos, ya que aquí si no vistes "cool", o eres una tonta no representas algo muy atractivo.

Algunas personas pensaron que no iba a conseguir ser nadie en la vida, y mucho menos tener un novio. Mis compañeros de clase me decían. ¿Quién se va fijar en ti? Eres una bruja. Fea. Por lo cual mi autoestima estaba por los pisos, y mi manera de ser empeoraba un poco la situación. Simplemente hay cosas que no están en el pensamiento de uno y esa noche algo me decía que iba a ser diferente, y así fue. Imagínense a un chico guapo, castaño, de pelo rizado, con un perfecto cuerpo, cara perfecta, ay madre santa de esos que uno ve en las películas y dices -DIOS, mandemelo para hacerlo mío.- , ahora, imagínenme, lentes rotos, renquita, un poco gruesita, cara redondita, alta, y cero fashion. Alguien así jamás me hubiera visto, ya que ni en mis más hermosos sueños ha pasado, pero él tenía que verme, y con un gesto me saludó. Ahí quede pasmada, me sonrojé y no le pude devolver el saludo. Me quede atónita. O sea, a mí nunca nadie me saluda, soy de esas consideradas 0 a la izquierda. Vivo feliz en mi burbuja de invisibilidad, pero ese papacito de hombre se tomó el tiempo para alzar la mirada, romper mi burbuja de infelicidad y saludarme. Como siempre, empecé a tener un momento dramático en mi vida. Estaba alucinando y todo por un simple saludo. Así que para retomar la cordura me fui caminando lentamente ( literalmente me fui corriendo ) al dormitorio y me dormí.

Pasaron los días y no lo volví a ver. Así que era lo mejor del mundo, yo volví a mi burbuja y seguía siendo ignorada por todos. A veces me reía sola en clase, pensando en que probablemente nunca más lo volvería a ver, y todos mis ataques psicodélicos acabarían en cuestión de días, pero al parecer el destino tenía otro plan distinto del mío.