D o s

12 11 3
                                    

Primero fueron los gritos. 

 —¡Estúpido Fenrir!

Frank todavía no acababa de despertar y ya estaba seguro de que, lo que fuera que estuviera pasando, tenía que ser culpa de su hermano. Siempre lo era. 

Trató de sentarse sobre la cama con un gran esfuerzo, pero se cayó dos veces sobre ella. 

Según me dijo una vez, esa noche fue la peor de todas, aunque algunas cosas no las terminaba de recordar.

La voz de su padre llegó desde la sala llena de furia, con palabras que eran imposibles de entender. Luego murmullos. Gritos otra vez. Un golpe fuerte de algo estrellándose contra el piso. 

—¿Cómo alguien puede dormir así? —preguntó en un murmullo.

Se frotó los ojos intentando despabilar. 

Si no hubiera olvidado comer esa tarde, podría haber tenido la fuerza suficiente para ponerse en píe. Pero resultaba difícil. A pesar de que podía distinguir varias cosas en medio de la oscuridad, tuvo que ladear la cabeza para evitar que toda su habitación siguiera girando a su alrededor a causa del mareo. 

 Alguien golpeó la puerta de su habitación. 

No tenía que ser un genio para saber que Fenrir se encontraba del otro lado, pero eso lo sorprendió. No podía recordar una sola vez en que algo como eso hubiera pasado. 

Arrastró los píes hasta la entrada y abrió. 

Fenrir lo miraba con una sonrisa tatuada en la cara. Y no era broma. Tampoco podía recordar un día en que Fenrir no estuviera sonriendo. Debía tener algún récord Guiness por eso, si es que existía una categoría así.

—Dime que no la has liado —fue todo lo que se le ocurrió pronunciar con esa imagen de u hermano ante él.  

Fenrir se encogió de hombros. 

—¿Puedo pasar? —preguntó.

Él se lo pensó dos veces y luego se hizo a un lado. Ni siquiera estaba seguro de por qué, aunque se arrepintió un tanto cuando Fenrir abrió la boca y dijo: 

—Tío, ya casi acaban con toda la alacena.  

—¿Sobrevivirá el cereal?

Su hermano se echó a reír antes de dejarse caer sobre la cama. 

—Salvé los pastelillos que envió la abuela —dijo con un tono orgulloso—. ¡Y cuatro barras de fruta! 

—Pero te has olvidado del cereal, ¿no?

—Creo que fue el primero en sacrificarse.  

Frank dejó escapar una maldición. 

Afuera los gritos se hacían cada vez más fuertes y hubo un momento en que no dejaron de estrellarse cosas. Cristales rompiéndose, sonidos huecos. 

—Si alguien llama a la policía... —murmuró Frank, con ese tono de preocupación que solía acompañarlo. 

—Si no lo hicieron antes, ¿por qué ahora? —preguntó Fenrir—.  A lo mejor y hasta están partiéndose de la risa. Se han de preguntar por qué se soportan todavía. —Fenrir dejó escapar un silbido—. Dieciete años. Yo también me lo pregunto. 

Frank miró a Fenrir a través de la oscuridad; lo encontró instalado en la cama como si se tratara de la propia. 

—Todo esto es tu culpa, entiende. 

—Yo no hice nada, Franky. —Fenrir se sentó para hacerle frente—. Pero tú siempre dices que es culpa mía.  

—Porque lo es.  

Fenrir sacudió la cabeza y volvió a dejarse caer. 

—Tu cama es muy dura — dijo—. A lo mejor por eso siempre pareces enojado. 

—Pues no tienes que dormir aquí.  

Un sonido de montones de cristales rompiéndose llegó desde lejos. 

—¡Vaya! —exclamó Fenrir—.  Se han superado. 

—¿Qué fue eso?

—El coche, ¿qué más? —La pregunta parecía una broma—. ¡Espera! 

—¿Qué pasa? —Frank se volvió hacia la puerta con cada músculo de su cuerpo entrado en tensión—. ¿Fenz?

—¿Estaba asegurado el auto, no?

—¡Maldito hijo de puta! 

Fenrir se echó a reír como nunca. Frank alcanzó a ver como rodaba por la cama y caía al suelo. Él mismo estuvo tentado a reírse si no hubiera estado tan enojado. 

Su hermano se levantó haciendo mucho esfuerzo, todavía medio convulsionando por el ataque de risa. 

—Dos cosas —dijo—, sólo dos. 

Frank lo observó con detenimiento. A ese punto, no sabía qué podía esperar de Fenrir, o qué no esperar de Fenrir. Cualquiera que fuera el caso, sus ojos trataron de seguir cada movimiento que hacía su hermano a mitad de la noche. 

—Te escucho —dijo, cansado por la incertidumbre. 

Fenrir adoptó un tono serio de repente. 

Él, pensó Frank, podía ser él.

—Primero, acabas de llamar puta a nuestra madre. Franky, sé que te ama más y todo eso, pero no creo que esté muy feliz si te escucha decirlo. 

No lo era.

—¡Mamá no me ama más! —explotó en enojo—. ¿Qué eres? ¿Un niñato? 

—Espera. —Fenrir todavía mantuvo ese tono de seriedad y Frank, por mucho que hubiera querido ignorarlo, prestó atención—. Lo más importante es que, ¿te diste cuenta de cómo me llamaste?

En ese momento Frank palideció. 

 Más cosas rompiéndose. Gritos. 

  —Fue un error —dijo. La voz le temblaba y parecía apenas un susurro—. Un error, Fenrir, nada más que eso. 

  —Si, bueno—dijo Fenrir—, ese error es lo mejor que has hecho por mí desde que tenemos nueve años, ¿sabes? Así que gracias. 

Entonces la puerta se abrió detrás de Frank.

PanorameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora