Cada canto con su melodía...
Y tomé té, llevo años haciéndolo, si no mal recuerdo diez u once, en estos tiempos la memoria me falla. No he hecho más que cada día, como rutina, servir una taza para mí y otra para quien quisiera. Vacio tres cucharadas de azúcar como mínimo, la diabetes no me asusta, no me interesa, si muero por fin pararé de llorar, por fin mi té será dulce y no mas salado.
Mientras lloro. Cada tarde imagino tu rostro, cada mañana tu cuerpo, cada madrugada tus labios cremosos mientras bebo, mientras te absorbo, mientras escribo y lloro y recuerdo las tardes y veladas en la azotea, cuando pasábamos horas y horas hablando de nosotros, hablando de cuanto nos amábamos, cuanto nos extrañaríamos si uno se fuese, si uno abandonara este mundo y no dejara rastro solo recuerdos, y más recuerdos. Y ahora estoy solo, solo junto a mis lágrimas tan saladas que no soporto, anhelo que mi té seas tú, para besarte como lo hago con aquello, para murmurarte cuanto quiero estar contigo amada mía.
Mientras lloro. Alguna vez quise ser escritor, de aquellos que inspiran, que plasman sus recuerdos, aquellos que al mirar la ventana describen que tan reluciente es el sol y las flores que adornan la estación, y las rosas que adornaban tu pelo, pero nunca tuve lo necesario, ni penas suficientes ni memorias, como las tengo ahora. Sesenta años ya es ser viejo. Tú ya tenías aquel que te escribiera, tu poeta personal, bastaba con él, por eso preferí alejarme, me conformé con tu compañía y con una taza de té.
Mientas lloro. La pluma y la tinta que poco queda me acompañan solamente estos últimos años, el viejo árbol, el viejo cuadro de ti y de mí, y la ventana que mirábamos cada vez por la mañana, después de haber rozado nuestros cuerpos por largos minutos, después de habernos entregado amor, satisfacción. Después de que te levantaras, te vistieras y alejaras lo más rápido posible, y te fueras con él. Después de llorar.
Mientras lloro. Pienso en nosotros, en nuestra cama, en nuestros gatos, en tus cuentos, en tus poemas que alguna vez me dedicaste y ¿cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Cuántas tazas agrias y cuantas que no se consumen, querida? Recuerdo cuando dormíamos juntos los tres, cuando nuestros besos eran como un huracán, esos besos zigzagueantes y los abrazos hacia tu espalda, tan constantes y cotidianos, amor. Y ya no estás, y ya te fuiste lejos. ¿En qué mundo estarás? ¿Con quién?
Mientras lloro. Yo encerrado cual prisión, escribiendo mi última carta hacia ti, mientras bebo mi tercera taza de té de esta madrugada...
Mientras lloro. Serví para ti, nos sentamos en la mesa a charlar como siempre. -¿Ayer que hiciste? – Dije, te dije. - ¿Así que, fuera del árbol, te encontraste con él? ¿¡Como qué!? ¡No puedes seguir con eso! ¡Ya basta! – Te grité, lo siento mucho. Pateé la silla tras pararme, te miré, estabas tan linda como siempre, tan joven, tan linda. Tome tu brazo derecho y lo presione fuertemente, disculpa. Lloré, lloré tantas horas sin parar que cada té tornaba el sabor del mar más fuertemente, y cada vez la azúcar abundaba mas. – Déjame solo, amada mía.
Mientras lloro. Te escribo esta carta mientras bebo mi té, quiero decirte lo que nunca pude. Mientras caía la luna, mientras te esperaba debajo de ella. Quiero contarte mis recuerdos, cuando sentamos en las escaleras frente a la estación, donde vimos la tetera de flores, cual te gusto mucho. Cuando tome mi maletín, saqué las tazas y servimos té. Cuando podíamos reír y beber. Cuando me molestabas por mis gustos hacia los libros viejos y el buen té verde. Cada sorbo lo acompañabas con una mirada coqueta, una pequeña sonrisa fútil y un hermoso pestañeo. Te regale un verso, me regalaste un beso, sigo sintiendo tus labios pegados a mí.
Mientras lloro. Recuerdo que nos ladro un perro, corrimos a la estación y reímos, sin soltar nuestras manos, tus manos, tan delicadas y hermosas, tan pequeñas que no podía soltar. Y ahora estoy solo, solo, triste y desamparado, soy un pobre infeliz que no hace más que recordarte, y tomar té e imaginar que tú estás conmigo, amada mía, cuanto te extraño, cuanto lloro, cuanta pena siento dentro de mi alma, mi escencia se desvanece, te necesito, quiero estar contigo, quiero seguir amándote. Tengo miedo. Tengo miedo a olvidarte, tengo miedo a que nunca mas estés conmigo, a que no exista otro mundo y yo muera solo, solo y sin ti, solo en este árbol que tanto me apena. Lo único que quiero es que me mires y no digas nada, que vengas hacia mí y me beses, y me abraces. Que en algún momento digas cuanto me amaste, más que a nadie.
Ahora no se qué hacer. Mientras lloro, mientras te espero y te escribo esta carta, mientras me congelo en soledad, y este frio invernal que me atormenta.
Te agradezco cada momento, cada beso desolado, cada estación del año que pasamos juntos, cada abrazo, cada mimo, cada beso, cada verso tan horrible, tan descuidado que te dedique. Te agradezco cada té, amada mía. Donde estés.
De: Silvio Fernández.
12:04 AM.
1 de julio de 1975; Ciudad Reloj
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Monólogo de un poeta
RomanceUn adelanto de novela. Un escritor anciano vive desolado en su casa, luego de haber perdido a su amada. Los recuerdos de su mente lo perturban, por ello se dedica a escribir en forma de cartas sus últimos recuerdos desesperantes. Este escrito es una...