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Había llegado el día.

No me sentía del todo preparado, pero cuando se trata de experiencias nuevas, uno nunca puede estar seguro si lo está o no...

Tenía la dosis de ansiedad justa para disimular mis nervios detrás de mi verborrea y mis gestos hiperactivos de siempre. Pero estaba bastante nervioso, tengo que admitirlo.

Tenía 21 años y me sentía un pelotudo. Sentía que estaba llegando tarde otra vez a experimentar algo que ya todos habían pasado y les resultaba super natural.

Para mí, era enfrentarme al estructuralismo de mis pensamientos, de mis valores, traicionar las afirmaciones y los juicios que había formado años atrás.

Era un desafío. Era parte de volverme un poco más flexible, de abrir la cabeza, bajar el drama que tanto me gustaba hacer por todo.

Había llegado la noche.

Tenía un cómplice para el asunto. Un amigo que me inspiraba mucha confianza y que suprimía la sensación recurrente de mi autoestima, la cual tenía un doctorado en frases desmotivadoras.

Nos encontramos y caminamos un poco. Se acercaba el momento.

La facultad de ingeniería fué la gran testigo cuando mi amigo decidió detenerse y afirmarme que ahí lo íbamos a fumar.

Sacó el porro que ya tenía armado y luego de darle varios intentos al deficiente encendedor, lo encendió.

Dió las primeras pitadas y me lo entregó. Lo agarré como pude, con mi inexperiencia y una mala motricidad. Me lo acerqué a la boca y dí la pitada más suave de mi vida. Apenas sentí algo que se infiltró en mi boca me lo saqué. Mi amigo me felicitó entre risas y me dijo que le diera otra más. Volví a hacerlo más confiado, pero fué una pitada muy similar a la anterior.

Hubo un ida y vuelta con el porro y volví a intentarlo, cada vez un poco más, hasta que sentí que se me estaba quemando la laringe y el esófago. No recuerdo si tosí.

Mi amigo estaba cada vez más extasiado. Yo estaba muy paranoico de que nos viera alguien, quitandole importancia a las veces que salté arriba de autos o corrí por techos de casas ajenas. En ese momento, aquel acto tan particular, era de una magnitud que le hacía sombra a la dichosa FING.

Cuando nos terminamos el porro, empezamos a caminar hacia "Man Vs Food", que era la segunda parte del plan: mi amigo quería llevarme a comer una hamburguesa mientras estaba bajo los efectos de la marihuana.

En el camino, empecé a sentirme sumamente liviano, como si estuviese caminando sobre una cama elástica. Sentía un cosquilleo en el brazo izquierdo y yo le decía a mi cómplice que me dolía y sentía que se me quebraba cada dos minutos. Él se limitaba a reírse y a decir otros divagues que no recuerdo. Tengo que admitir que la sensación en el brazo me tenía bastante asustado, pero cesó a los pocos minutos. Mientras no paraba de reirme y decir una barbaridad detrás de otra, llegamos al famoso lugar de hamburguesas nuevo del cual habíamos oído hablar.

Torpemente nos sentamos en una de las mesas de afuera, mientras evitaba mirar a las demás personas, como si mi risa y mis movimientos no delataran que estaba delirando. Para mi mala (o buena ) suerte, el lugar estaba lleno de gente. Sin embargo mi percepción del tiempo era confusa y sentía que todo iba demasiado rápido. Cuando el mozo trajo la carta, empezamos a ver las opciones.

Yo -¡Todas las hamburguesas tienen lo mismo! ¡Son todas iguales!

Él - Jajaja, salado, no sé cuál es cuál

Yo- ¿Cómo se pronuncia el nombre de esta hamburguesa???¿ QUÉ IDIOMA ES ESTO?

No pudimos decirle al mozo que hamburguesas queríamos, se las tuve que señalar.

Antes de que llegara la comida había pensado que nos iban a echar. Sobretodo cuando volqué el vaso. No podía darme cuenta si era mi risa que estaba siendo muy intensa y por eso la gente nos miraba tanto o si era mi imaginación, pero no me importaba, era la primera vez.

Al final estaban riquísimas, aunque la primer mitad estaba tan tentado que no sé cómo hice para tragarla.

Nunca más fui a ese lugar, creo. Nunca más volví a juzgar a la gente por fumar porro.

DiaposimiasWhere stories live. Discover now