De los lectores

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Autor: A.

Pregunta: ¿Para quién escribes?


El viernes mi hermano y yo hicimos una excursión por Donceles, la vieja calle de los libros de la ciudad. Se ha convertido en una tradición trastocada familiar, una búsqueda generacional con la esperanza de descubrir algún ejemplar capaz de impresionar a todos durante las reuniones en casa de la abuela. Somos una familia, como ves, algo extraña.

En nuestra aventura de ese día entramos a uno de esos locales abarrotados de libros, conocido como la línea de librerías de viejo, los lugares más enigmáticos para los amantes de la literatura porque tienen su fuerte en los libros abandonados. Si no has escuchado hablar de los libros abandonados, para que te des una idea, se trata de esos ejemplares que fueron almacenados durante décadas, incluso siglos por diferentes personas. Muchas de esas personas, o quienes les heredan, renuncian a sus libros por motivos varios, y en general son abaratados o donados a las librerías de viejo para su redistribución.

Uno puedo encontrar desde libros religiosos, críticas políticas y sociales, hasta grandes joyas literarias que se pueden creer perdidas. Primeras ediciones, obras de autores fallecidos que en su tiempo llegaron a dejar como regalo su firma original, y en otros casos manuscritos mismos. Es por eso que en estos años mi hermano y yo nos hemos —por decirlo así— dedicado a conocer a fondo estas librerías.

Es una tarea difícil, siempre hay algo nuevo para descubrir sin importar cuantas veces hayas hurgado por los pasillos. Puedes haber estado recorriendo el mismo estante por meses y, un día, como no queriendo, descubres algo sensacional que parece haber surgido por arte de magia. En ocasiones los administradores mismos terminan impresionados; ellos ignoran muchos de los misterios que se encierran en sus librerías.

Precisamente ese viernes nosotros descubrimos uno de esos misterios. Un tesoro, me atrevería a llamarlo.

No es un tesoro estético, detallado y conservado. Todo lo contrario. Ahí, en uno de esos pasillos que más misteriosos nos resultan, encontramos un corredor anexo con piezas olvidadas. Entre el polvo y las páginas arrancadas en un rincón, estaba un libro desapercibido.

Yo había pasado del libro cuando estaba recorriendo los separadores, o tal vez el libro pasó de mí. Sea cual sea el caso, mi hermano sí reparó en él. Lo hojeó sin prisas, con tal cuidado de aquel que sostiene la joya más fina y valiosa, temiendo que desapareciera. En la cubierta medio arrancada y desmoronada se sujetaba un pececillo de plata, y varias páginas casi se habían esfumado. Mi hermano apartó al insecto, enojado, pero después me miró lleno de asombro con una sonrisa que yo bien conocía.

El libro era la primera edición en español de El principito, de Antoine de Saint Exupéry.

Tal vez te estés preguntando por qué hemos empezando este apartado con una anécdota como esta. Ahora te lo explicaré.

Tu como un artista de la creación literaria debes haber pasado bastante tiempo planeando, escribiendo y adaptando tu historia; te habrás esforzado en diferentes medidas para conseguir que esa idea fantástica que se gestó en tu cabeza tomara forma. Pero, ¿Y si encontraras tu libro en las condiciones que mi hermano descubrió aquel del que te hablaba?

Si no has leído El principito, estoy segura de que al menos habrás escuchado de él. Se trata de una de las obras más conocidas en todo el mundo y, tengo que decirlo, también más fascinantes. Por eso encontrar una pieza literaria como esa y en tales condiciones, parece por demás chocante. Imagina ahora que a tu trabajo le ocurriera lo mismo. Seguro que, incluso tú, no encontrarías las palabras para eso.

Pero existe una razón para que ese libro terminara así. Es simple, se llaman lectores.

No nos adelantemos, no estoy sugiriendo que los lectores sean malos. De hecho, ¡Son el mayor regalo hecho para los escritores! Lo que yo quiero decir es que, casi te lo puedo asegurar, ese libro no llegó a las manos del lector que debía llegar. De otro modo, su destino habría sido muy diferente.

Tu trabajo como escritor empieza, precisamente, con tu lector. Dirigir tu libro hacia él te evitará que caiga siempre en las manos de lectores fallidos que lo dejaran de lado, y aumentará las posibilidades de que sea conocido por las personas que podrán valorarlo objetivamente.

Así que, ¡Olvídate por un rato de la historia vas a contar! ¿Ese personaje que te estás inventando? Déjalo aparte. Y ahora responde esta pregunta, ¿Para quién escribes?

Si como escritor no tienes bien definido quién va a leer tu obra, entonces por más fantástica que sea, no vas a conseguir el objetivo original de tu libro; lo habrás traicionado y te habrás traicionado a ti mismo.

¿Por qué? Pues bueno, ¿Para qué fueron hechos los libros? ¡Para leerse! Ser leído es la razón de existencia que tiene un libro. Por sí mismo no es más que papel y tinta, pero cuando el lector adecuado lo encuentra y comienza a reparar en él, entonces es cuando se crea la verdadera magia.

Incluso si tu libro los has escrito para ti —más aún si es para ti—, nunca debes olvidarte de quién será tu lector. Cada letra y palabra plasmada estará dirigida a él. Así que el lector es la primera decisión que debes tomar cuando vas a escribir un libro.

Tienes que tener mucho cuidado al elegir a tu lector. Si bien, hacerlo no te asegurará un destino lozano para tu libro una vez distribuido, te ayudará a mejorar sus posibilidades de triunfo.

Existen ilimitados tipos de lectores y es casi imposible separarlos. Si estás pensando en esas clasificaciones que hay en revistas e internet, ve desechando la idea. No hablamos de cómo trata un lector su libro, sino de quién es el lector en sí. ¿Es un niño o un adulto? ¿Es un lector fantasioso o realista? ¿Es de pensamiento abierto o tradicionalista?

¿Qué te crees? ¿Qué E. L. James escribió 50 sombras para su sobrino de cuatro años? De haber sido así, seguro que no habría tenido el resultado que ahora se le amerita —por bueno o malo que puedas encontrarlo.

Si puedes identificar a tu lector con alguien que ya conoces, entonces puede que te sea fácil, pero hay personas para las que la elección se complica. Vamos a abordar a continuación algunas recomendaciones que podrían serte útiles.

-Mantener a tu lector cerca.

Si tu prototipo de lector es alguien que conozcas, busca relacionarte más con él. Eso te dará una idea de qué forma debes expresarte para trasmitirle la historia que vas a contar.

-Recuerda a tu lector cuando escribes.

Para algunos escritores es difícil relacionarse abiertamente con su prototipo de lector, pero tener a la vista algo que te lo recuerde, como una nota con su nombre o algo parecido, puede ayudarte a tenerlo claro mientras estás escribiendo.

-Volver a tu lector un personaje.

No hablo de un personaje en la historia, sino idear la forma en que debe ser el prototipo de lector para el que escribes. Es una opción bastante útil cuando no conoces de cerca a alguna persona que se ajuste a tu público objetivo.

-Ser tú mismo tu lector.

Esta opción es una en la que debes ser más cuidadoso como escritor y es poco recomendable, porque si tu lector prototipo es como tu, lo más probable es que mientras escribes des por hecho una gran cantidad de cosas que el lector, por más que se asemeje a ti, difícilmente va a conocer.

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Así que, querido escritor, si estás pensando en crear alguna obra literaria, primero decide para quién vas a escribir. Eso te ayudará a resolver todas las decisiones que tendrás que tomar en el resto del proceso creativo.

Con cariño,

A.

Escribe: El libro de los nuevos escritoresWhere stories live. Discover now