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Manicomio Lightwood:
3:00 a.m

—¡No!—chilló una voz desde unos de los cuartos del oscuro pasillo—¿¡Quién eres!? ¿¡Qué es lo que quieres?!— decía aquel chico sentado en su cama empapado de sudor.

—¿Todo esta bien, joven?— fue interrumpido por aquella enfermera que cumplía su turno de noche.

—¡No!¡Es él otra vez!¿¡Por qué lo haces!?— gritaba exaltado, con ninguna intención de detenerse.

—Joven Park, calme...—fue interrumpida cuando el rubio hizo un movimiento brusco al querer desprenderse de aquellas esposas, que lo sujetaban firmemente a la cama.

—¡Déjeme, me asusta!—gritaba mientras le empezaban a salir lágrimas, causando temor a la enfermera.

La enfermera, asustada, mirando al chico llorar sin razón alguna, abrió el cajón de la mesa de noche que se encontraba al costado de la cama.

Sacó rápidamente un sedante de éste, para luego inyectársela en el brazo del rubio.

[...]

—Uhm...—el rubio empezó a calmarse, abrió los ojos lentamente. Agachó un poco su cabeza para que sus manos llegue a sus ojos, le empezaba a dar picazón. Las esposas impedía movilizarse mucho.

Luego de estar mirando por 2 minutos en un punto fijo, al fin captó la presencia de la enfermera.

—¿Qué quiere?—dijo cortante, no quería entablar una conversación con ella. No estaba de humor para hacerlo. Jimin, naturalmente es dulce.

—Vine a preguntar si desea algo de comer, es que, según la anterior enfermera, no almorzó.

—No, no quiero, retírate.—la enfermera se puso nerviosa por la actitud del rubio, por lo que solo asintió.

—Si desea algo, no dude en llamarme.—se quedó a esperar una respuesta por parte del rubio, pero nunca llegó. Sin más, se retiró.

Estaba solo, nuevamente. La habitación no era muy grande, mucho menos acogedora. Era toda blanca, como de hospital. Sólo había una cama, y una simple mesa de noche alado. Extrañaba estar con su mamá, extrañaba jugar con su hermano a las carreras, extrañaba simplemente todo, pero en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba acá, en un estúpido manicomio, encerrado, con un horario demasiado estricto.

En el momento en el que se fue la enfermera, olvidó cerrar la puerta. Quería salir, pero no podía. Estaba con unas malditas esposas que impedían su libertad. Jalaba y seguía moviéndose, con la idea de liberarse de las esposas, pero nada.

Escuchó unos pasos, suponía que era la enfermera, por lo que paró sus intentos de librarse. Hasta que captó un chico pálido, de cabellos grisáceos, no dudó en pedirle ayuda.

—¡Hey!¡Tú!—gritaba el rubio hacia el pálido mientras hacia unos movimientos extraños.

Jimin dejó gritar, nervioso, cuando escuchó rechinar unas zapatillas al parar bruscamente. La mirada del rubio estuvo en la parte baja de la puerta, hasta que captó unas zapatillas rojas desgastadas, empezó a subir la mirada, hasta encontrarse con una mirada profunda del pálido.

—¿Quién eres?—preguntó el rubio escéptico. El de cabellos grisáceos, no emitía ningún sonido, mucho menos un movimiento. Había un silencio excepcional, Jimin decidió romperla.

—¿Vas a responder, o qué?—dijo sin un toque de amabilidad.—¿Sabes?, no me interesa, solo ven y ayúdame.

—¿Por qué debería hacerlo?—dijo el pálido, sorprendiendo al rubio al escuchar una voz muy grave.

—Eres el único que me puede ayudar, no seas estúpido.—el pálido solo emitió un simple— Ah— para luego darse la vuelta y retirarse, pero una voz lo interrumpió.

—¡No te vayas, por favor!¡Ayúdame!—dijo el rubio, para luego soltar pequeñas lágrimas de la nada.—¡Quiero salir!

El pálido no sabía qué hacer, cuando el rubio empezó a sollozar débilmente, pero seguía con un perfil serio.

El rubio seguía sollozando, hasta que sintió un peso en la cama. El pálido solo lo miraba fijamente, hasta que su mano subió a la mejilla del rubio.

—Solo ayúdame, por favor...—dijo el rubio—No quiero estar aquí...—dijo Jimin mirándolo a los ojos , y este solo pudo recibir una cara de preocupación por parte del pálido.

Amor de manicomio ; ymDonde viven las historias. Descúbrelo ahora