Prólogo

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La puerta de madera era lo único que separaba al bullicio de gente de mí.

Tomé una respiración y conté hasta diez.

Uno.

Cerré los ojos preparándome mentalmente a miradas y comentarios. Para no ser, probablemente, tomada en serio.

Dos.

Apreté el maletín entre mis manos.

Tres.

Y yo que pensaba haber superado esta fobia meses atrás.

Cuatro.

Abrí los ojos y solté el aire viendo fijamente la puerta, escuchando a los treinta y tres alumnos de la clase parlotear.

Cinco.

Estaba llegando tarde a mi primer día.

Seis.

Un carraspeo me hizo saltar en mi lugar para dirigir mis ojos, cubiertos por unos lentes, a la persona a mi lado.

Dios mío. Siete.

Metí un mechón rebelde que se salió del moño que llevaba para sujetar mi cabello castaño. Sonreí nerviosa al chico a mi lado, quien me veía con una expresión aburrida.

Ocho.

Debe ser otro profesor joven, no parece para nada un alumno. Era curpulento, pero no exageradamente, tenía el brazo izquierdo repleto de tatuajes. Ojos oscuros y de mirada dura, con una mandíbula que parecía esculpida a mano por los mismísimo dioses, junto a una nariz recta con pequeñas pecas poco perceptibles. Su cabello era negro y lo llevaba desordenado, dándole un aire aniñado sin quitarle dureza a su expresión.

Nueve. Que sea un profesor, por favor.

El pelinegro alzó ambas cejas arrogantes y casi pude percibir una sonrisa en sus labios, pero seguía serio. Me sonrojé por mirarlo más de la cuenta.

—Soy la señorita Mitzer.

Me sonrió de lado. Algo en sus ojos no me dejó ver buenas intenciones detrás de esa hermosa sonrisa.

¿Qué número venía?

Sentí mi rostro aún más caliente.

—Es usted entonces la nueva profesora de química —soltó burlón—. Espero no estar llegando tarde a la clase, profe.

Y abrió la puerta haciendo que el ruido de adentro se intensificara y saliese de mi estupefacción

Era un alumno. Era uno de mis alumnos.

Ah, ya recordé.

Diez. Oh, mierda.

Química ProhíbidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora