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Yoongi acababa de cenar, aunque no había podido acabar. En cuanto su padre entró por la puerta gritando, su madre se encargó de llevarlo rápidamente a su habitación, no sin antes susurrarle las mismas palabras de siempre.

Tenía miedo, pero más que eso, estaba enojado. Él no entendía por qué su mamá no lo dejaba protegerla de ese hombre malo al que odiaba. Todas las noches era lo mismo. Tenía ganas de llorar, pero su mami le había dicho que todo estaba bien, que sea fuerte. Que ella estaba bien.
Apegó el peluche de Kumamon a su pecho, abrazándolo con fuerza. Este había sido obsequio de su madre en la navidad, sabiendo muy bien como su hijo amaba al personaje japonés.

Luego de un tiempo, un portazo se oyó, calmando los gritos y las discusiones, dejando la casa totalmente en silencio. Cinco minutos más tarde, el tiempo que aquella triste mujer utilizaría para ocultar los moretones más visibles bajo maquillaje para evitar la preocupación de su hijo, la puerta de la habitación infantil se abrió, y el pequeño pelinegro se tapó con sus frazadas hasta la cabeza, temiendo que fuera el hombre feo quien abriera la puerta.

Una mano tocó la manta, su cuerpito entero tembló ante el tacto ajeno que aún, bajo el efecto del terror, no lograba reconocer. Luchó porque quien sea que se hallase fuera de su zona de confort no levantase la manta, pero una suave voz lo hizo calmarse, siendo un gran alivio aquellas cálidas palabras.

-Tranquilo, cariño. Mamá está aquí. -Sonrió la joven mujer, destapando a su hijo de las mantas para poder observarlo mejor.

El pequeño se lanzó a los brazos de su madre y rodeó con sus manitas el cuello de esta, cerrando sus ojitos al sentir el dulce perfume que su ángel de la guarda sin alas solía llevar a diario. La mujer, sonriente y ocultando el dolor sobre su vientre con su mano, correspondió al abrazo.

YoonGi se separó y, dejando un espacio al lado de su camita, se acurrucó en los brazos de la pelinegra, quien se había acostado junto a él para al fin poder descansar.

-Mami -Susurró el azabache, observando a su mamá con cariño. Ésta alejó algunos mechones rebeldes que se escapaban por el rostro pálido de su bebé. - ¿Qué te pasó en el ojo?

-Nada, bebé. Duerme.

Besó la frente del menor con ternura, arropándolo y apegandolo a su pecho, buscando callar sus lágrimas mientras ocultaba sus cristalinos ojos de la mirada dulce de su pequeño y el confort que le transmitía aquél ser que no había sido más que un tesoro para ella desde el momento en que sintió su pequeña manito apretar su dedo en una habitación blanca. Él, encontrando la calidez maternal entre sus brazos, cerró sus ojitos y, oyendo el dulce sonido de los cascabeles, sonrió.

-Que sueñes con los angelitos.

Daydream -ym.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora