Prólogo

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Son las ocho con diez de la noche y mi familia decidió reunirse en un restaurante chino a comer. Todo estuvo delicioso, conversaron y rieron a destajo al menos media hora. Todo sin mí, porque estaba absorto en la contemplación de una partida perdida antes siquiera de que destruyeran el nexo de mi equipo. Yo jugué decente; desempeñé mi rol y todo, pero al final todas esas veces que mataste a algún enemigo se te hacen nada por la rápida toma de objetivos del equipo contrario y no; simplemente no puedes evitarlo tú solo. Por otro lado, rendirse no es una opción. Se juega hasta las últimas y listo, nada más se puede hacer. Si no te rindes hay grandes posibilidades de que los jugadores del equipo contrario recompensen tu actitud nombrándote Rival Honorable. Si ello ocurre cierta cantidad de veces, te dan un marco para la pantalla de carga del juego. ¿Y quién no querría un marco?

Reviso los resultados al final de la partida brevemente –porque no me interesan en lo más mínimo, no ahora- y vuelvo al Inicio. Nadie me ha nombrado Rival Honorable... juego de mierda.

El juego es League of Legends.

Mañana lo desinstalo. 

Decido alejar mi mente de esas cosas y me tiro en mi cama. El techo, blanquecino y sin vida, se me presenta igual que siempre; aburrido a morir. Es entonces cuando empiezo a divagar. Pensando en el mañana me distraigo. Si no hubiese nada más que hacer mañana estaría bien. No hubo nada que hacer el día de ayer. Pero hoy está el mundo sobre mí, sobre nosotros. Sobre todos nosotros, la generación. Hay, por consiguiente, mucho que hacer. Quizás no sobre un demasiado. Y, no obstante, sigo sintiendo que en ocasiones estoy recostado en mi cama haciendo la nada misma, y hago la nada misma. ¿Por qué no hago algo? En primer lugar ¿por qué habría de hacer algo? Si hay mucho que hacer, si es el mundo mismo el cual me pide que me mueva ¿Debo moverme? Digo que no, y férreo en mi decisión cuestiono la base misma de la posibilidad de hacer cosas: la libertad.

Se me ha otorgado libertad, sí, pero no sé para qué. Si es una libertad para fallar y fallar una y otra y otra vez –pienso por un instante en la partida que acabo de jugar y luego sigo- simplemente no la quiero. No la necesito. De fallos y tropiezos ya he tenido bastante, y si es una libertad para hacer cosas, para movilizarme y movilizar al mundo aquel que clama por movimiento, mucho menos la quiero.

El renunciar a mi libertad en pos del bien de la construcción de mi perfil sobre la almohada les habla a ustedes del desinterés con que su servidor opera. Por supuesto.

Y esta, esta es otra historia que jamás será publicada, acerca de un joven en lucha encarnizada contra el tedio vital. Prepárense para la diatriba incesante de un pobre muchacho que piensa demasiado demasiadas cosas, cuyo punto de vista parcial se ve solo opacado por su verborrea a la hora de escribir y necesidad de criticar todo lo que se le cruza por delante.

Prepárense, pues esta es mi historia.

7/8: La HistoriaWhere stories live. Discover now