El sueño

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Un hombre corría a través de la niebla, una tan profusa que no podía ver siquiera su propia nariz. No sabía ni siquiera por qué lo hacía, si al menos escuchara algo, si al menos viera algo. Quizá la ausencia de toda sensación era más terrible incluso que la forma de una sombra al acecho.

—¡Cariño! —una voz femenina gritó en el vacío—. ¡Ayúdame! ¡Aquí está tan oscuro!

Aquel se detuvo de inmediato, la buscó con la mirada, nada. No sabía quién era la que gritaba en ese profuso mar de niebla, pero su corazón sí que lo sabía. Una presión en su pecho le hizo saber que ella era importante, demasiado importante como para no poder vivir sin ella.

—¡¿Dónde estás?! —gritó desesperado—. ¡Resiste! ¡Te salvaré!

—¡Ayúdame! —la voz de la mujer cambió de repente, como si hablara hacia otra persona—. ¡No! ¡Aléjate! ¡NO!

—¡Dónde estás dime! ¡Adó...! —la voz se ahogó en su garganta, aterrado palpó su boca. ¡Estaba cosida!

Pudo palpar unos gruesos hilos cerrándola, una fuerte punzada en el rostro le hizo darse cuenta del terrible dolor y la sofocante impotencia de estar siendo vulnerado por un poder más allá del suyo. Los ojos se le comenzaron a cubrir de lágrimas. ¿Quién le estaba haciendo eso? ¿Qué clase de monstruo era él para merecer semejante muestra de crueldad?

¡Odanutrofa! Alle ebas euq sátse íuqa.

Una voz susurró en su oído, erizando la piel de su espalda. Sin perder tiempo, él volteó. La niebla se fue abriendo, dibujando una silueta oscura a unos cinco metros de él. El cuerpo se le congeló al instante, no supo qué hacer ni cómo reaccionar. Se sintió como un niño pequeño, uno que quiere correr a las faldas de su madre, uno que quiere que todo ello pare, que el castigo se termine y lo deje en paz. Pronto las piernas comenzaron a temblarle, sus labios se fueron contorsionando, tratando de resistir la fuerte necesidad de llorar.

¡Etaráperp! ¡Ay eneiv!

Ésta vez la voz provino de detrás de él. Quería arrodillarse y pedir piedad, ¿pero cómo? ¡Si ni siquiera podía hablar! Giró hacia la derecha y corrió. Las voces siguieron vibrando en la niebla, como dos cuervos que persiguen a su moribunda presa, hostigándola hasta que llegue la puntual muerte a llevar su extenuada alma.

Una silueta se fue dibujando en la nada, al parecer era de un templo.

No lo pensó dos veces y encaminó su marcha hacia éste. Cuando lo tuvo al alcance de la mano no se detuvo para abrirla, tan sólo embistió el enorme portón de madera con su hombro. La puerta cedió, dejándolo pasar a su mohoso interior. Cerró la puerta a su tras y apoyó la espalda en contra de ella, esperando haber perdido a aquellas sombras. Algo más tranquilo se apartó de aquella y caminó hacia su oscuro interior, pronto logró divisar unos candelabros a la lejanía. Corrió como nunca en su vida, aquella cálida luz era un faro en medio de la cerrazón de la noche, una promesa de salvación... tal y como también lo es la luz ultravioleta —del exterminador de insectos— para las polillas.

—¡Ven hijo mío! —se escuchó una voz—. ¡Ven y presencia el nacimiento de un nuevo mañana!

No hubo falta escuchar más para detenerse en el acto, sin embargo la habitación continuó acercándose a él. Pronto una escena macabra llenó por completo sus pasmados ojos: un sacerdote vestido de negro rezaba ante una persona crucificada viva. Ésta, una mujer que rozaba los veinte, estaba desnuda, aunque aparentaba estar vestida con una seda roja. No obstante, al parpadear aclaró su vista, dándose cuenta que no era seda. En realidad era una marea carmesí de sangre que brotaba del enorme boquete que tenía en la garganta.

Sin pensarlo dos veces, se giró para huir de ahí. Encontrándose frente a él a aquella mujer que yacía crucificada; sus ojos y boca cosidos, con el mismo hilo grueso con el que estaba cerrada la suya.

—Dddd... —la mujer hacía un esfuerzo sobrehumano por abrir los labios—. ¡Dddd!

Y, parecido al ruido que hace una tela al desgarrarse, la piel de los labios cedió, partiéndose y salpicando la cara de aquel desdichado sujeto. Luego la mujer llevó las manos hacia los ojos y comenzó a tirar de ellos hasta deshilacharse los párpados, acto seguido acercó su rostro hacia él y le susurró.

—Ddeeckkeer... ¿Cómo pretendías salvarme? ¡Si eres débil! ¡Decker!

La mujer abrió su boca como una retorcida trampa de osos, cerrándola con furia sobre el cuello de su víctima.

***

—¡AAH! —gritó con todas sus fuerzas.

—¡Mierda Decker! —se escuchó una voz a su costado—. ¡¿Se puede saber qué te pasa?!

Sobresaltado, se dio cuenta que estaba en el asiento de copiloto de la patrulla. Poco a poco, su angustiada mente fue conectándose con la realidad, brindándole un bálsamo para todo mal; el bálsamo de la racionalización.

«¡Cálmate, cálmate! Sólo fue un simple sueño, nada más».

—Di... disculpa, discúlpame... —le respondió jadeando—. Fue una estúpida pesadilla.

—Otro susto más de esos y éste viejo no logrará enseñarte nada, recuerda que es tu primera semana muchacho, sé que están siendo días difíciles para ti —el obeso policía se sobó el cuello—. Más te vale aprender o no llegarás a mi edad, así podrás retirarte y...

«Dios me salve de vivir hasta tu edad...».

Giró la cabeza y vio a lo lejos el bosque, bañado por la pálida luz de la luna. Y, absorto en sus pensamientos se abandonó, dejando al viejo hablar su usual sermón.

En la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora