Andree y el Guara Línea

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  Cinco minutos más, sólo unos minutos... - ¡Oh no!-. Fue la expresión en su voz al notar que esos cinco minutos se habían transformado en treinta. Fue esa típica reacción al cansancio que se sabe cual resultado no será beneficioso y que sin embargo, se sigue adelante con la funesta idea.

Mientras salía de la cama con la vista nublada de sueño y la boca seca como si hubiese trasnochado, igual a la sensación de los días domingos después de un sábado pleno de cerveza y cigarrillos con el recuerdo emotivo que llenó el ser de Andree y que en segundos debió definir como una simple presencia o más bien, un recuerdo que el cuerpo no sabía distinguir. Sin embargo, hoy era martes y la sequedad de su lengua aseguraba a todos sus sentidos que era domingo. Tanto fue así que titubeo un instante, habrán sido unos dos minutos, no más de eso. Lo suficiente como para caer en una leve desesperación de no saber qué día en realidad era y que tal vez el despertador sonó, porque se le había olvidado desactivarlo para el fin de semana. Fue entonces que pensó en llamar a su madre, que para esa hora ya estaba en pie preparando el desayuno de su hermano menor.

-¡Mami! – gritó con tono dudoso, pero nadie contesto. Pensó que la bulla de la tetera no le había permitido escuchar. No quiso entonces intentarlo de nuevo, por temor al reto que se le vendría. En esto estaba aún sentado en la cama cuando recordó que ayer había ido a buscar a su hermano al colegio por la tarde, favor que le había pedido su padre, quien de la oficina lo había llamado con urgencia ya que su mamá estaba en el dentista. Bien, eso lo aclaraba todo, hoy es martes –se dijo – y estoy más atrasado que nunca.

- Qué el baño no esté ocupado – se repetía mientras se ponía los calcetines desechando la idea loca que se cruzaba por su cabeza de tomar un baño con la terrible demora que llevaba. Pero claro, los calcetines tampoco eran nuevos, los había usado el día de ayer durante una travesía en locomoción colectiva que como era de costumbre duraba alrededor de cincuenta minutos de pie, para luego bajar en calle Miraflores y a paso apresurado, esquivando a los cientos de transeúntes que a esa hora se dirigen tan apresurados como él al trabajo, llegar casi transpirado y faltando cuatro minutos para las ocho a la inmensa mampara del edificio "Novaterra" donde al entrar, se esperaba toparse con algún compañero de labor y de esa forma no ser el único en llegar tarde. Dicha suerte casi siempre estaba de su lado, pero siendo esto una ruleta rusa, su preocupación más trascendental era el elevador. Se trataba de tres elevadores, viejos como la historia del edificio, lentos como la secretaria de gerencia, la más antigua de ellas y, que sólo por la cantidad de años que tenía en la empresa todos los jefes hacían caso omiso a sus demoras. En todo esto sus calcetines eran fieles trabajadores que al final de la jornada y de cincuenta minutos de pie para el regreso a casa ya no podían sostener la suavidad del día lunes y menos el aroma del recién lavado. Así y todo y sujetado a las circunstancias del tiempo presente que apremiaba, Andree sin pensarlo dos veces se los puso y con ello los zapatos envueltos en polvo. Ahora tocaba la lucha por entrar al baño, sabiendo en su fuero interno que la culpa de todo esto era suya, pero que para tal situación lo mejor era culpar al celular y su alarma endemoniada que no suena a tiempo, para luego culpar a su hermano y su infaltable tontera de querer hacer sus necesidades a esa hora de la mañana.

Las palabras más elocuentes a esa hora solamente podían ser:

- ¡Mamá me voy! Paso al baño y me voy... ¿Quién está en el baño? ¿Marco estás en el baño cierto? Pucha otra vez voy a llegar atrasado por culpa tuya, cabro chico... ¡Mamá, voy a llegar atrasado, por fa, saca al Marco que no puedo llegar tarde!...

Las frases entre dientes iban y venían tanto de uno como del otro lado de la puerta del baño. Marco era el menor, sin embargo defendía su derecho al recinto en cuestión como todo un adulto y ante esto Andree era prudente, sabía que podía utilizarlo como excusa tan sólo unos minutos. Caer en embelesa de culpar excesivamente al menor podía resultar en tragedia griega. El tenía muy presente la última vez que erró fatalmente en una controversia con su hermano, la cual había presionado insistentemente, para salvar ileso del reto de su padre. En tal ocasión se dirigían al cine una tarde de sábado. Como muy pocas veces su madre había convencido a toda la familia de concurrir juntos al estreno de una película que para el gusto personal de la señora, era simplemente una obra de arte; Titanic, vista por ella en todas sus versiones, pero jamás en el cine.

Andree y el Guarda LíneaWhere stories live. Discover now