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Ha llovido de madrugada, el sol ha llenado las calles en la mañana, un arcoíris se ha dibujado al medio día y ha sido opacado por nubes grises en la tarde. He visto todas las estaciones en un solo día, algo maravilloso ha de pasar hoy. Quizá tenga que ver con la propina. He servido 24 tazas de café, 5 han sido americanos, 7 han sido con leche, 4 han sido moccas, 2 han sido expresos, 6 han llevado un poco de canela y miel. En total han sido 16 dólares de propina. He servido algunos tés, y unos cuantos panecillos pero aquellos compradores no me han dado ni la sonrisa de propina. 

Me he preguntado un sinfin de veces, el por qué a la gente le gusta el café. Su sabor es amargo y deja una acidez despreciable en la garganta, sin hablar de las horas de insomnio que provoca. Yo, por mi parte, jamás he logrado tomar un segundo sorbo de esa sustancia oscura y desagradable. Soy un amante del chocolate, no del café.

La puerta rechina y escucho una voz delicada quejarse del mal clima de la ciudad. No he siquiera levantado la mirada, pues es bastante predecible. Viene por un café doble sin azúcar. Las mujeres que se quejan de acontecimientos tan novedosos como lo ha sido el clima de hoy, necesitan un toque más de amargura en su ser. 

- Quisiera un... - mientrás lo piensa, sus uñas medianamente largas golpean el mesón. 

- Un café doble sin azúcar. - digo mientrás oprimo el botón de la registradora para guardar los dos dólares que está a punto de darme.

- No, demasiado amargo. - me contradice. - Un café sencillo con un poco de leche y un toquesito de azúcar. 

Levanto la mirada completamente atónito. No es una mujer mayor como creí. Tampoco lleva amargura en el rostro y probablemente no la lleve nisiquiera en uno de los bolsillos de su abrigo. Es quizá, la mujer más hermosa que se ha atrevido a quejarse de un arcoíris a mitad del día. Lleva una sonrisa preciosa y unos ojos oscuros como el café que preparo a diario. Su tez es blanca, quizá tan blanca como la nieve. Y sus cejas pobladas han cautivado por completo mi mirada. 

- Quizá dos sobresillos de azúcar. - añade. 

- Con todo gusto. - recibo su dinero y le entro los 5 centavos de cambio. 

Mientrás preparo su café, con el rabillo de mi ojo observo sus delicados movimientos. Su cabello rojizo muy bien organizado y sus poco notorias pecas sobre su tabique que se esparcen hasta el inicio de sus mejillas. El café llena la taza, oscuro y burbujeante.

- Oh, casi lo olvido. - me dice. - Café para llevar, porfavor.

- Si, señorita. - asiento. 

Tomo un vaso desechable junto con una tapa y cuidadosamente lleno el vaso con el café oscuro que mancho los bordes de la taza de porcelana. De el refrigerado tomo el recipiente de leche y con un chorro leve aclaro el café. Tomo dos sobres de azúcar y los dejo diluirse en la bebida, y en cuanto está listo lo deposito en el mesón con dos servilletas doble hoja. Ella sonríe.

- Muchas gracias. - me dice y con su mano derecha, en la que lleva un listón de color rojo tinto toma el café. Le da un sorbo. - Quizá un poco menos de leche la próxima vez. 

La puerta se cierra tras ella y su silueta desaparece en medio de la multitud. Un suspiro se escapa de mi. Ha sido el café que con más gusto he preparado en mi vida, y por lo que ha dicho, lo prepararé en multiples ocasiones. Que maravilloso se ha vuelto mi miserable trabajo gracias a esos ojos tan oscuros como una semilla de café. 



Fue ese primer día de primavera, en que preparé el primer café para el amor de mi vida. 


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⏰ Last updated: Dec 01, 2017 ⏰

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Café para llevar.Where stories live. Discover now