Verte partir. Verte besarla. Verte, tan sólo verte me destrozaba. No podía dejar que esto siguiese pasando, no podía dejarme vencer.
Sé que en algún momento yo lo fui todo. Sé que hubo un nosotros, ¿en qué momento pasamos de amarnos con locura a ser mejores amigos?, ¿cuándo acepté ese abrupto cambio?.
Una piedra fría. Un ser que intenta no sentir dolor. Una alma que finge felicidad cuando realmente no es así. Sé que no puedo entenderlo y que esto puede sonar hasta inmaduro, pero cariño, jamás dejaré de amarte.
Me pediste que no llorara. Tranquilo, estoy bien. Lo estaré, te lo prometo.
—Juls, ¿cómo estás?, ¿estás bien? —me preguntaste cuando salí corriendo del bar al recibir la noticia.
—Estoy feliz por ti —te respondí limpiando torpemente mis lágrimas.
—Sé que lo estás —me dijiste en seguida y me abrazaste—, te quiero, Juls.
Ese día volví a mi casa con un nudo en la garganta. No podía articular las palabras, pues no tenía voz. Me quieres, se supone que me conoces, ¿¡cómo es que no ves mi dolor!?, tu felicidad me quema. ¿A caso te ciegas a la verdad?.
Fuimos una hermosa historia de amor. Y aún lo seríamos si no la hubieses conocido.
—Juls, tú me entiendes, ¿no? —me preguntaste después de haberme explicado lo confundido que estabas con tus sentimientos—, creo que lo nuestro sólo reforzó nuestra amistad... Creo que ella es la indicada.
Me desgarraste el alma. Juro que ése día jamás lo olvidaré, jamás dejaré de pensarlo, y jamás dejará de dolerme. Tus palabras, tan aterradas por mi reacción, te conozco. Conozco todos tus lunares, conozco tu llanto, conozco tus cicatrices, y aún conociendo todo ello, desconocí al sujeto que me miraba y me decía que no me amaba.
Acepté tus defectos. Acepté tus condiciones para poder estar juntos. Cambié por ti, y tú vienes y me dices que encontraste a la indicada. ¡La indicada soy yo!.
—Te entiendo... —te susurré al abrazarte por última vez. Te miré, tomé tu rostro y un último beso se me resbaló en tus labios. Aún recuerdo lo reconfortante que fue.
No pasó mucho tiempo cuando anunciaste tu relación con ella. Te veías resplandeciente, por dios, es que eras irreconocible. Comenzaste a llevarla a las reuniones de amigos. Aún recuerdo cuando me la presentaste...
—Juls, ella es, de ella te hablé, es la indicada —me dijiste sonriente. Ignorando que ese día me mataste.
—Oh, tú eres Julia, él me ha hablado mucho de ti —dijo la chica sonriente. No puedo negarlo, es encantadora.
Ambos parecían tan felices. Tan ciegos a mi dolor. Parecía que se burlaban.
Y así fueron muchos, muchos meses, donde tuve que fingir sonrisas, donde tuve que callar el llanto, donde las ganas de gritar tenían que esfumarse con una cerveza. Después me acostumbré a esto. Me acostumbré a estar vacía.
Pero no feliz con lo que lograste hacerme, un día me anunciaste que le pedirías matrimonio. ¿En qué pensabas cuando creíste que decirme me haría feliz?. Ése día discutimos.
Me llamaste inmadura. Me llamaste hipócrita. Me llamaste mala amiga.
Y tenías razón.
Te fuiste de mi casa sacando humo de las orejas, pero yo no podía entender tu coraje, era todo muy confuso. Así que decidí ignorar todo. Comencé a vivir mi vida y no la tuya.
Conocí a un chico.
Aún recuerdo tu reacción.
—¿Quién es él? —me preguntaste cuando terminé la llamada de hora y media con él.
—Un chico, es muy lindo y nos hemos estado conociendo —te respondí con un poco de desinterés.
—Ah... Bueno, que genial... Algún podríamos salir los cuatro a tomar algo, ¿no crees?.
Y así fue. Terminamos los cuatro en un bar. Todo fue tan incómodo, pues no dejabas de mirarlo, de analizarlo, mientras que tu chica desconcertada no paraba de mirarte. Buscaba tus labios pero tú la ignorabas. Le negaste un par de besos. Decidiste que cuestionar a mi pareja era buena idea. Pero grande fue la sorpresa (para ambos) cuando el chico me besó enfrente de ti.
No lo soportaste. Te pusiste de pie y saliste del bar con la excusa de que harías una llamada. Tu chica fue detrás de ti. Y yo me quedé allí. Deseando tus labios y teniendo los de otro.
Esa noche tuve sexo. Fue placentero pero el chico no tenía un lunar en su hombro. Ni tenía un extraño ombligo del cual burlarme. Ni me tomaba de la cintura como tú lo hacías.
Te pusiste feliz cuando te enteraste de que ya no lo veía. Y excusaste tu reacción diciendo que él no parecía un buen sujeto.
Y volvimos a la rutina donde yo era la que se tragaba su dolor. Donde yo sufría, donde yo lloraba toda la noche. Y eso parecía a ti gustarte. No te gustaba verme feliz con alguien más.
Que egoísta, mi amor. Yo sí te compartí.
La boda se acercaba y me pediste un sinfín de favores. ¿El peor de todos?, fácil, fue cuando me pediste escuchar tus votos.
Seré tu luz.
Serás mi camino.
Seremos nuestra historia.Dime, ¿cómo debía reaccionar a esas palabras?, ¿cómo debía no besarte al declamar eso?.
Fue un grave error, lo acepto. Pero tus labios reaccionaron a que también lo necesitabas.
Dejamos de vernos. Decidí ya no responder tus llamadas, tus mensajes; decidí ignorarte.
Los meses avanzaban y parecía que me estaba recuperando. Ya no soñaba con tus labios como mínimo. Ya no iba a los lugares donde sabía que te encontraría. Ya sólo era feliz por mí. No por ti.
Pero volviste.
Me buscaste.Estabas ebrio cuando llegaste una madrugada a mi casa, casi tirabas la puerta de tanto golpe. Cuando te dejé entrar tu caíste de rodillas y abrazaste mis piernas pidiéndome perdón, repitiendo que jamás dejaste de amarme... Cariño, me hiciste caer los veinte pisos que había subido. Te respondí diciéndote que jamás había dejado de extrañarte.
Te pusiste de pie y me besaste. Tomaste mi cintura y me pegaste a ti... Volví a ser tuya, y es que jamás dejé de serlo.
Me hiciste la chica más feliz esa madrugada. Creí que volverías, que cancelarías todo...
Y veme aquí. En la ceremonia de tu boda...
Soy feliz por ti aunque no logre entenderlo. Aunque me queme te deseo lo mejor.