4.- Ofelia

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- Hoy –Arturo no atinaba a meter la llave en la cerradura,- hace doce años que nos conocimos.

            Ofelia trasteó con el llavero para quitárselo a su marido mientras reía feliz y bajito para no despertar a la niña y a la abuela.

- Ya lo sé. Lo has repetido unas… ¿Trescientas veces?

- Es que –Arturo, que por fin había encajado la llave en la puerta de la casa, la dejó allí, tintineando, y miró a su mujer- me alegro mucho. Me alegro muchísimo.

- Y yo, tonto. Pero abre ya, que hace frío y al final vamos a despertar a Isabel.

- Cierto. Como siempre, tienes toda la razón… Y yo necesito ir al baño.

            Unas horas antes la niña había hecho todo lo posible para que no salieran. Se había enfadado, había llorado, había insultado a su abuela, les había amenazado: donaría todos sus juguetes, la ropa de su padre y el ordenador de mamá para que él no pudiese salir a la calle y ella no trabajase nunca más. Al final se había encerrado en su cuarto, hipando y sorbiendo la nariz como un bebé. Odiaba a sus padres por marcharse y a su abuela por permitirlo.

            Cuando Ofelia subió a ver cómo estaba, la niña la miró con los ojos muy despiertos. Ni siquiera le quedaba la nariz enrojecida del berrinche.

- No he podido dormir.

- Pues lo siento muchísimo ¿Por qué no has podido dormir?

- ¿Me traes un vaso de agua?

- Bueno –Ofelia se puso muy seria-, pero sólo porque no has podido dormir y yo ya estoy despierta. Tú y yo habíamos quedado en que ya eres mayor para ir a la cocina y coger el agua tú sola.

            Isabel asintió, tan seria como su madre. Cerró los ojos y escuchó con placer y con envidia el frú-frú de la falda de satén, que sonaba a fiesta, a mundos desconocidos y a bailes. De mayor se pondría faldas brillantes y vestidos que hicieran ruido, y saldría por la noche y llegaría muy tarde y le llevaría agua a sus hijos porque tendría por lo menos cinco para que no se aburrieran nunca por la noche.

            Ofelia regresó con un vaso de colores y la pelota de goma de la suerte, que botaba hasta el cielo y aún no se había perdido. Isabel no quiso beber.

- Me has traído el vaso de cuando era pequeña.

            La madre no contestó, dejó el vaso en la mesilla de noche y volvió a preguntarle por qué no había dormido. Metió la pelota en el agua.

- He tenido una pesadilla fea.

- Vaya –Ofelia se preocupó. La niña solía dormir muy bien, era la primera vez que hablaba de malos sueños.

- Me perseguía una bruja. Me quería meter en un caldero, como a los hijos de la Bella Durmiente. Y olía raro.

- ¿Ha estado tu abuela contándote cuentos?

- No. La abuela se ha quedado dormida mientras veíamos unos dibujos en el vídeo y yo he venido a la cama sola y he tenido la pesadilla.

            Ofelia le acercó el vaso de nuevo y la niña bebió hasta que pudo meter la mano y sacar la pelota. La puso bajo la almohada, luego se acostó y dejó que su madre la arropara. Se dieron un beso de buenas noches y Ofelia le puso todo el pelo en la cara.

- Las brujas no existen. Pero ya sabes que hay que parecer una para levantarse más guapa que un hada.

- Ya lo sé.

Relatos detrás del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora