No sabía bien que estaba haciendo allí, se la veía inquieta, esperaba algo, o más bien por alguien, es lo que se hace en los aeropuertos ¿no? Hizo amago de irse un par de veces pero le vencía el sentimiento de responsabilidad, supongo, y se quedaba, volviéndose a sentar en las sillas azules de la zona wifi, que está justo delante de los paneles que anuncian las llegadas, despegues y cancelaciones de los vuelos del día.
Se tocaba mucho la ondulada melena castaña y enterraba el rostro entre las manos muy a menudo. <<Está claro que está nerviosa>> pensé. Pude incluso fijarme desde mi posición que sobre su piel morena había la huella indiscutible de haber llevado un anillo mucho tiempo, justo en el dedo corazón, un lugar no muy usual, por lo que saqué mis propias conclusiones y decidí que el sitio había estado ocupado por un anillo de compromiso, o una especie de promesa. <<Una promesa rota, porque ya no lo lleva… ¿estará esperando a su “vieja promesa”? probablemente, eso explicaría la ansiedad que tiene…>>.
Es divertido trabajar en un aeropuerto, y más si estás en un lugar céntrico como el de mi puesto de golosinas. Se ven muchas cosas, despedidas románticas; inicios de vacaciones familiares; llegada de viajeros cansados, pero felices; discusiones… no hay tiempo de aburrirse. También hay casos que te quitan el aliento como el de esta muchacha, pero bueno yo tan solo soy el chico del mostrador que trabaja por horas, así que mañana me habré olvidado de esto y será un nuevo día con nuevas historias, mi turno termina en 15 minutos.
Eso sí, si hay algo en el mundo que no puedo soportar, es ver llorar a alguien. Y cuando vi deslizarse por el rostro de la bella joven dos lágrimas que fueron a estrellarse contra el linóleo del suelo de la terminal, se me partió el alma. Hoy cierro antes, ¿qué más darán 10 minutos más que menos?, además a estas horas nadie suele comprar golosinas, porque, claro, es la hora de comer.
Antes de echar la lona por encima del puestecito cogí un bombón de chocolate, de mis preferidos, relleno de praliné, justo después me acerqué a ella. << ¿Y qué se supone que he de decirle ahora? No la conozco de nada… >>. Cuando me planto ante ella me siento el ser más imbécil sobre la faz de la Tierra. Mi cerebro ha escogido este mismo momento para quedarse en blanco, que bien, mis cuerdas vocales tampoco parecen estar por la labor… Al final digo la primera estupidez que se me pasa por la cabeza, espero que al menos el bombón le guste…
-¿Sabes?, dicen que el chocolate arregla las penas - ¡genial! Ja,ja, ¡qué gracioso soy cuando quiero! No podría haber hecho un comentario más fuera de lugar, ¡un bombón no le va a arreglar el día tarugo!
Pero ella me toma el dulce de la mano y con una de las más bellas sonrisas que jamás he visto, me mustia un <<gracias>> lastimero y apagado con los ojos aún enrojecidos de llorar. Me siento a su lado a hacerle compañía, no más, y la observo comerse el bombón con cara de pasmo. No me dice nada, así que intento evadirla de sus pensamientos hablando del bombón:
-Es uno de mis favoritos, es chocolate negro intenso, con un corazón de praliné dulce. Una buena mezcla, ¿no te parece?
Termina con el bombón y a la vez asiente, solo asiente. Se lleva una mano a los ojos para secárselos con cuidado, y después la deja caer sobre su regazo, está mirando al infinito.
No sé por qué, pero no soporto verla triste, quiero que me cuente qué le pasa, quiero poder ayudarla de algún modo. Ha empezado a llorar otra vez, y en un acto reflejo la he abrazado, ahora tengo su cabeza apoyada en mi pecho. Para mi sorpresa, ella no se aparta, ni siquiera lo intenta, solo se acomoda y llora, agarrando mi polo azul con fuerza. Estuvimos un tiempo así, parados, ella llorando y yo abrazándola como si nada más existiera. De repente ya no la oigo sollozar y se aparta de mí con suavidad. Oigo su tono de voz que se dirige a mí aunque está mirando hacia abajo: