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—JungKook perdóname por favor— pide casi que rogando Hoseok.

—Cállate de una vez.

De camino hacia su casa en su auto observo su rostro golpeado, sus ojos los cubre por unos lentes tal cuál niño rico. No siento ni una pizca de empatía hacia él, se metió con lo que más quiero, le dijo palabras que él se sentiría muy mal, imagino su rostro triste junto con esas mejillas gorditas siendo mojodas por las intensas lágrimas y me da ganas de volver a golpear a Hoseok y ha cualquiera que se atreva a decirle así.

—Llegamos.

En silencio me salgo del asiento del copiloto, escucho quejidos por parte de él pero que ni piense que lo ayudare. Camino a su lado hasta llegar a la gran puerta de madera de la casa. De inmediato JiMin viene a mí mente; ¿dónde estará? ¿Estará comiendo bien? ¿Dormirá bien? Esas y más preguntas se acumulan en mi mente.

Después de entrar a la casa ahora entramos a su gran habitación, pulcra y de milagro con el porno guardado.
Sin esperar me siento en la silla de ruedas y él trae otra silla para ponerla a mí lado, enciende la laptop e inmediatamente me empieza a carcomer los nervios.

—Busca rápido.

—¡Ya tranquilizate joder!

Lo fulmino con la mirada pero me contengo para no lanzarme hacia él.

—Busca todos lo existentes en el país, que no quede nada sin revisar, te metes con él ahora me ayudarás a encontrarlo— le digo demandante.

Lo oigo murmurar maldiciones pero decido ignorarlo, ahora solo tengo que proponerme en buscar a mi pastelito de fresa.

—Oye JungKook.

—¿Qué pasa? ¿Ya encontraste todos?

—No per-.

—No me iré de aquí hasta que lo hagas.

—Ajá lo que digas pero mira.

Miro hacia la pantalla y me encuentro con un manicomio con pinta de estar abandonado, se ve tenebroso. No creo que esté ahí. 

—Pobre los que estén ahí, si es que hay alguien no.

...

¿Te sientes mejor?— pregunta el médico.

Con su rostro apoyado en unas de las sucias almohadas mueve su cabecita en forma negativa, todo su cuerpo duele, otras partes ya ni las siente, es como cuando se te duermen los pies.
Su cabeza ds vueltas del mareo pero si cierra sus ojos siente peor la sensación, esas manchas oscuras debajo de sus ojos demuestran las pocas horas que duerme porque le teme a la oscuridad, la única manera es dormirlo artificialmente.

—¿Seguiste vomitando hoy también?

Con su cabecita asiente. Mira el techo blanco pero manchado de unas oscuras maschas negras junto con unas verdes, casi como fue manchado su alma llena de inocencia. Ya no puede llorar más, su garganta quema, sus ojos se sienten secos al igual que todo su cuerpo.

Pero en esta cama de siente un poco más cálido que ese frío suelo, sus huesos sobresalen más, ya no queda nada que lo que era antes, ya ni gritos desgarradores salen de esa pobre garganta desgastada ya. En estas cuatro paredes se siente a salvo de esos malditos hombres psicóticos.
Escucha como este hombre vestido de blanco lo trata con suaves palabras y recuerda a aquél chico. Aquél chico que perteneció a sus alucinaciones.

Pero esa seguridad que seguía en su mente y pecho se desvanece como ahora las hojas de otoño de los árboles que rodean este horrible lugar.
Porque empieza a ver como aquel hombre de dulces palabras se empieza a desnudar enfrete suyo mientras acaricia su muslo.

Su rostro no muestra ninguna expresión, pero siente de nuevo las ganas de vomitar quemar su débil garganta.

Maison de fous (Kookmin) EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora