Capítulo 1 - Prólogo.

59 10 8
                                    

El amanecer del diez de enero iluminaba la ciudad con un esplendor que cegaba, un escuadrón de jóvenes soldados se encaminaba hacia el campo de batalla. El tren estaba por partir y los soldados se despedían de sus seres queridos, ya que podrían no volver a verlos.

Jaime era un joven de diecisiete años que no tenía ninguna preocupación en su vida; aparte de pensar en su futuro y prepararse para las pruebas de su último grado de escuela. Esa mañana Jaime despertó soñoliento y cansado por una salida nocturna con algunos de sus amigos entre los cuales se contaban Rufo y Esteban, sus dos mejores amigos desde la infancia.

Al bajar a desayunar se encontró un pequeño bulto con púas en la puerta del refrigerador, tratando de sacar su comida de todas las mañanas.

—Buenos días Yago —le dijo Jaime a su erizo—, ¿cómo estas?

El erizo no contestaba pues estaba demasiado ocupado tratando de abrir el refrigerador, Jaime sacó la comida del erizo del refrigerador, y se la sirvió en uno de sus platos especiales, a continuación, sacó su propio desayuno y se dispuso a comer.

—Hola, Jaime. —Era su hermana menor de diez años, Diana, que acababa de entrar en la cocina.

—Hola, Diana.

Era un amanecer hermoso para los ojos de Jaime, de hecho, nunca había visto tal amanecer en su vida, y le agradeció al mundo por la vida que le había tocado.

Hasta entonces.

* * *

Es sol abrazaba a la ciudad al mediodía del doce de enero, Jaime estaba nadando en la piscina de la casa, que estaba en el techo de la vivienda, refrescándose y pasándolo bien con Rufo y Esteban. Así pasó el tiempo hasta que el reloj marcó las nueve y sus amigos se fueron.

— ¡Hijo! ¡¿Puedes ir a comprar fideos para cenar?! —Le pidió su madre, Giselda, luego de que se fueran sus amigos. 

—Está bien madre. —Le contestó su hijo.

A mitad del camino se encontró con dos hombres que estaban asaltando a una mujer de mediana edad, la cual no tenía más remedio que entregarles todos sus objetos de valor. Jaime, armándose de valor, fue a encarar a los hombres.

—Dejen en paz a la señorita, señores. Por favor —Les pidió con cierto tono autoritario en su voz—. Mejor consigan trabajo y ganen dinero justamente.

—Parece que este quiere que le den una paliza. —Le dijo un hombre a su compañero; ambos rieron con ganas.

Jaime apenas tuvo tiempo de reaccionar a lo que pasó a continuación, en una fracción de segundo yacía tirado en el suelo con el abdomen adolorido, se levantó y trató de pegarle un combo al hombre que tenía más cerca, acertó, pero esto solo lo enfureció mas, y este le pegó como si sus puños fueran de hierro, alcanzó a dar unos cuantos golpes más antes de que ambos hombres empezaran a pegarle y patearle sin piedad y, finalmente, antes de perder el conocimiento logró pensar que su objetivo estaba cumplido y que la señora había tenido tiempo de escapar durante la pelea.

Al despertar, se encontraba en su cuarto tendido en su cama, alcanzó a ver la figura de su madre y su padre sonriéndole, pero había algo en su expresión que a Jaime no le gustaba. 

—Buenas tardes hijo, ¿cómo te sientes? —Le preguntó su padre, el cual se llamaba Guillermo.

—Bien, ¿cuánto tiempo llevo inconsciente?

—Dos días, cielo. —Le respondió su madre.

—Hijo... tu madre y yo tenemos algo que decirte. Resulta que la pelea entre esos bandidos y tú fue captada por una cámara. La municipalidad decidió integrarte al... ejército.

Jaime no pudo soportar la expresión que su padre tenía en el rostro; su madre cargaba el peso de su cuerpo en su brazo, como si no supiera si debía ayudar a su marido que tanto amaba, o si abrazarlo para apaciguar su propia tristeza. Él jamás había visto a su padre así; colorado hasta las orejas de retener lo que fuera que estuviese reteniendo, y con el ceño tan fruncido en enojo que a Jaime empezó a darle miedo. Sabía que no estaba enojado con él, con su hijo, sino con el mundo.

—Dijeron que no tenían muy buenos luchadores, y que tu diste un verdadero espectáculo luchando; además te arriesgaste para impedir que robaran a la señora, y la valentía también se tiene en cuenta. Dijeron que te integrarán al ejército y que tendrás un buen cargo inicial. —En ese entonces fue la redundancia de su padre la que le hizo notar que su tristeza, como fuera que la sintiera, era mucho más grande que su enojo contra la injusticia. Tristeza por su hijo perdido.

—Pero, ¿no hay nada que que puedan hacer? —Preguntó Jaime con la voz quebrada.

—No, lo siento hijo, te dejaremos solo para que pienses. —Terminó su padre, apresurado hacia la puerta de salida y casi tropezando con todo lo que se encontraba en el camino. Su madre lo siguió por detrás. No sabía si era la luz que entraba por la ventana o la emoción del momento lo que hacía ver a su madre como la más sensata en la situación. 

Cuando dejaron la habitación Jaime no sabía que pensar; él en el ejercito. Nunca se había parado a pensar lo mucho que puede cambiar la vida de un día para otro.



Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 08, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

2077Donde viven las historias. Descúbrelo ahora