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Sentí una punzada, y acto seguido hice una mueca de dolor porque algo puntiagudo me pinchó en el brazo. El líquido comenzó a entrar en mi organismo. Fue el mejor cuelgue de toda mi existencia. Me sentí en el limbo durante un instante. No intenté abrir los ojos; se estaba tan bien con ellos cerrados. Pensaba en la caminata con el guardia a mi lado desde mi celda a aquella habitación que parecía un quirófano. Fue mi último paseo, y la primera mirada a esas cuatro paredes de luz cegadora.

La ironía de aquel día me hizo sonreír incluso cuando estaba cruzando el umbral de la puerta de color blanco. Solo unas horas antes abrí los ojos por última vez y en ese instante los estaba cerrando... para siempre.

Cabezo de Torres, Murcia, 8 de diciembre de 2017.


La puerta de color blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora