Despertar

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Vaya, qué dolor. Me siento fatal. Siento que mis huesos están todos quebrados y mi cabeza me da vueltas como si me hubieran electrocutado varias veces. Apenas puedo abrir mis ojos, y cuando lo hago los vuelvo a cerrar luego de un par de segundos. Todo está pesado.

Despierto de nuevo. Vuelvo a respirar la humedad del suelo. Pero no estoy en el suelo. Mis piernas. ¿Dónde están mis piernas? Vamos, vamos, ¿qué me pasa? Abro los ojos, pero mis párpados no responden y los vuelvo a cerrar.

Ahora sí siento mis piernas. Pero no tocan el suelo. ¡Vaya, qué confundida estoy! No sentía mis piernas porque estaban en el aire, y lo siguen estando ahora, como si alguien me estuviese levantando en vilo. Pero ahora que lo pienso mejor, ya que mi mente está esclareciéndose, no estoy del todo en vilo. Bien que lo necesito debido a mi cansancio y dolor, pero no sucede eso. Quiero volver a dormir. ¡Ay, no!

Abro mis ojos, y ahora lo veo todo claro. Un sendero rodeado de árboles. Hojas caídas hacen que el camino parezca enteramente de follaje. Se ve un poco la tierra que marca el sendero. Levanto la cabeza y un agudo dolor me estremece el cuello; lo bajo pero ya he podido vislumbrar el cielo gris. Ahora que mi cabeza está agachada me doy cuenta que está tocando el sendero, que mi cara se desplaza en la superficie áspera de hojas muertas y tierra. ¿Cómo no me había dado cuenta? Mis manos, que también reposan sobre el suelo, están atadas con una soga gruesa y negra, haciendo que mis muñecas casi pierdan la sensibilidad. Pero me muevo porque veo alejarse los árboles que hace unos segundos estaban a mi costado. Si me muevo y no uso las piernas para ello, ¿quién lo hace entonces? ¡Oh no! ¡Madre mía!

Intento torcer la cabeza para mirar hacia atrás pero el dolor hace que eso sea algo difícil; sin embargo lo logro poco a poco. Empiezo a temblar. Es que alguien está arrastrándome, llevándome por las piernas no sé a dónde. ¡Estoy siendo arrastrada! ¡Oh Dios santo! El miedo crece dentro de mí. Quiero gritar pero no puedo, ya que todos mis músculos están paralizados. Intento gritar de nuevo, pero de mi garganta solo brotan unos gemidos inconexos y débiles. Siento que hay sangre en mi cara, no sé si por algún golpe o porque estaba haciéndose daño con la superficie áspera del terreno mientras estaba inconsciente y el desconocido me arrastraba. Pero a dónde me lleva. Vamos, Lea, no dejes que el pavor se apodere de ti y caigas desmayada de nuevo. Eso me digo y parece tener efecto en mi inquieto espíritu. Sigo teniendo miedo, bastante miedo, debo gritar, lo más que pueda, otro intento valdría la pena. Abro la boca, pero mi mandíbula tiembla a mil, lo mismo que todos mis músculos que me harían posible gritar. Me detengo, o sea, se detiene. Mis piernas y mis pies están de nuevo en el suelo. Con todas mis fuerzas me doy vuelta para ver qué fue del desconocido. Está allí, de espaldas, con un abrigo marrón que le envuelve la cabeza y le llega hasta las rodillas. Hay también una casa de madera, de unos dos pisos, de un aspecto descuidado y viejo, como si nadie lo hubiese habitado durante mucho tiempo. A pesar de ello, el desconocido tiene la llave de la casa y trata de abrir la puerta, que le toma unos segundos. La puerta cruje y la persona se da la vuelta para supuestamente recogerme a rastras hasta el interior de la casa. Cuando de pronto lo que veo me deja atónita: era una joven quien se escondía dentro del tupido abrigo, y no cualquier joven, sino Danielle, mi mejor amiga.

Mi amiga me secuestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora