cuento numero 12 (amor)

11 0 0
                                    

Lo había hecho desde pequeño y ahora, ya siendo un joven, lo seguía haciendo. Cada vez que se sentía triste acudía al mismo lugar.

Cuando algo lo perturbaba y no podía pensar con claridad hacía lo mismo. Incluso cuándo no sabía qué hacer o cuando sabía que había obrado mal.

Había un lugar, sólo uno, donde todo parecía más claro. Donde algunas dudas se disipaban, las culpas se sentían de otra manera y los dolores encontraban consuelo.

Ese lugar, cálido por cierto, amoroso desde todo punto de vista, siempre estaba dispuesto a recibirlo.

Lo había hecho desde niño, cuando todo parecía más fácil y ahora que la vida empezaba a demostrar que no todos sus caminos son rectos, que hay algunos sinuosos, duros y ásperos, lo seguía haciendo.

Acudir a ese lugar no resolvía algunos de sus problemas, pero allí todo se podía ver con más claridad, con menos angustia, con más esperanza.

¿Sería correcto que ahora -siendo ya un joven- siguiese refugiándose en el mismo lugar que de pequeño? Se preguntó ¿Quién tenía esa respuesta?

No podía evitarlo y tampoco quería hacerlo ¿Por qué no ir dónde se sentía tan bien?

¿Dónde la vida parecía pesar menos, donde el cielo era siempre azul, donde siempre el sol brillaba, donde su alma se acurrucaba y era feliz?

Sí, lo tenía decidido. No importaba cuántos años tuviese, mientras ese lugar existiese, allí se refugiaría.

¿Y Cuándo ya no? ¿Cuándo ese refugio fuese tan sólo un bello recuerdo? ¿Buscaría otro? ¿Encontraría alguno igual? Tal vez si, tal vez no. Y aún en esa duda, estaba seguro que ningún otro podría igualarse.

¿Por qué era tan especial ese lugar? ¿Tan amoroso y tibio? ¿Por qué todo allí se sentía diferente y mejor?

Porque ese lugar eran los brazos de su madre. Porque desde el comienzo de su vida y hasta que Dios lo dispusiera había encontrado en esa mujer el refugio más lindo que la vida podría haberle dado.

Fin

Historias cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora