CHRISTOPHER

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QUIEERO ACLARAR QUE ESTA PARTE NADA MAS NO ES MIA PERO LA VERDAD ES QUE ME ENCANTO DE UN LIBRO QUE LEO AHORA Y REALMENTE SE LOS RECOMIENDO EMPEZEMOS...


Hechizado por las bellas y voluptuosas formas de ______, la miraba de hito en hito departir con sus amigas a unos metros de distancia.
Ocasionalmente giraba la cabeza para asegurarse de que su corpulento galán no llegara. Tal vez había terminado con él y ahora estaba disponible... Apreté la mandíbula enérgicamente. No debía hacerme ilusiones. El hecho de que la chica más agraciada de la escuela hubiera asistido sola a la fiesta de fin de curso semestral y que por coincidencia tampoco yo fuese acompañado no signifi¬caba que el destino quisiera nuestra unión. Con todo, la ansiedad 
invadió mi cuerpo, como me ocurría siempre que vislumbraba la posibilidad de una aventura sensual.

Cursaba el cuarto año de la carrera de odontología y me consideraba un verdadero experto en placeres corporales. Había aprendido (después de no pocos insultos y bofetones) a seducir mujeres con sobrada destreza. Era capaz de oler las posibilidades de un encuentro íntimo y, cuando echaba el ojo a una joven, casi siempre lograba conducir mi romance con ella hasta las últimas consecuencias.
José Luis, el único profesor joven y libertino que se prestó a acompañarnos a esa fiesta de despedida, al verme solo se aproxi¬mó a mi mesa.
—¿Qué te pasa? —espetó dándome un efusivo golpe en la espalda—. ¿Te libraste al fin de Jessica, la famosa "virginiacasta"? 

Reí con reserva. En el ambiente universitario los chismes corrían rápidamente y no era de extrañarse que José Luis estu¬viera enterado de mis conquistas más importantes. Además era un profesor amigable, a quien alguna vez me acerqué para pedirle consejos.  

Sí— le contesté —. Terminamos hace un par de días. Tú sabes: Jessica es de esas chicas que te complacen sólo con la condición de casarse al día siguiente.
—Lo suponía. Y ten cuidado. En esta época hay varios millones más de mujeres buscando matrimonio que hombres, así que...
Asentí sin contestar. El equipo de sonido había sufrido  
un pequeño desperfecto y el ambiente, sin música estruendosa, era propicio para la conversación. Pero no me apetecía ahondar más en ese asunto con José Luis, a quien, dicho sea de paso, adiviné un poco alterado por la ingestión de los primeros alcoholes de la velada.

Observé a ____ que se ponía de pie dirigiéndose al tocador. Quise incorporarme para ir tras ella, pero la presencia de mi profesor de anatomía me lo impidió. Contemplé el extraordinario cuerpo de mi compañera alejándose. Llevaba un vestido de algo¬dón extremadamente ceñido, como los que usan las bailarinas de ballet, con un amplio escote en la espalda y un atrevido agujero al frente que ventilaba, a la vista de todos, su ombligo y su vientre plano.

—Esta noche no se salva —susurré para mí.
—¿Decías algo?
—No, profesor... es simplemente que... —y me detuve valoran¬do lo que significaba departir a solas con José Luis en un ambiente de igualdad. Podría preguntarle todo sobre las dudas anatómicas que en clase hubiera sido impropio mencionar... Y mi maestro era un joven sexualmente experto, que además de tener instrucción académica comprobada había vivido en unión libre tres veces.
—Hay asuntos que no comprendo —retomé—. ¿Por qué las mujeres son tan impredecibles? De pronto se te ofrecen envueltas en una nube de romanticismo y al rato están agobiadas por la culpa y la tristeza; a una hora alegres, y a la siguiente iracundas. Visten y se exhiben para excitar al hombre y luego exigen total respeto. Francamente no las entiendo... ¿Sienten el mismo deseo sexual que nosotros? Si es así, ¿por qué se hacen tanto de rogar? Y, sobre todo ¿cuál es la razón por la que después de entregarse parecen tan desilusionadas?
Alzó las cejas asombrado por mi cuestionamiento múltiple.
—Esa respuesta te costará por lo menos una copa.
Llamé al camarero con la mano, dejando que José Luis orde¬nara 
en cuanto llegó.

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