Capítulo !. Todo es normal.

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“No puedes simplemente hacer que las cosas cambien. Cambian porque así estaba destinado a pasar, no porque tú lo pediste.”

Las cosas no han cambiado mucho desde que ya no estás. El parque es igual, tu casa sigue deshabitada y el instituto es lo mismo de siempre con todo y los compañeros molestos. Claro que ¿cómo podrías saberlo si nunca estudiaste allí? En fin, diría que nada ha cambiado si no fuese por un pequeño detalle, el mismo por el que hoy, al salir de la cita con el médico, compré una libreta en la papelería más cercana e ignoré la promesa hecha a mi madre de regresar inmediatamente a la casa. Tras eso fui a dar un paseo por el parque, y luego empecé a escribir sentado en el húmedo pasto. De ti aprendí a siempre llevar un lapicero en el bolsillo, aunque nunca supe por qué lo hacías. Has sido mi único mejor amigo y desconozco aún muchas de tus razones. Como sea, me sirvió de mucho esta vez y escribiré ahora.

Compré la libreta porque, como sabes, me desahogo mejor escribiendo y es de la forma en que siento como si hablara contigo directamente, la única persona en quien ahora puedo confiar, Sam.

Bien, empezaré desde que comenzó el día.

Me levanté como todos los días, con la voz de mi madre infiltrándose en mis sueños.

–Roger –tocó la puerta-, es hora de levantarse, ya.

La noche anterior me desvelé leyendo. Desperté en seguida, pero permanecí en mi cama otros 10 minutos. No tenía caso apurarse, al final siempre llego a la misma hora.

Tomé un baño, me vestí y arreglé todo. Desayuné y conduje al instituto, pero antes de salir las múltiples notas de colores pegadas a la pizarra colgada junto a la puerta me recordaron que debía asistir a la cita con el médico. Qué emoción, pensé. No me malinterpretes, no me cae mal el doctor Rasgus ni nada de eso, él es muy simpático y me divierte escucharlo hablar en español con su acento hindú; lo que no me gusta es la espera, esos horribles minutos en una sala completamente callada donde lo único que se puede hacer es, o bien leer revistas o algún libro, o jugar en el celular. La otra opción es morirse de aburrimiento. Pero esta vez no era justamente eso lo que me inquietaba.

Llegué al estacionamiento y aparqué. Del otro lado logré ver a Beth con su nuevo grupo de amigos; Marco, su novio, la rodeaba por los hombros con un brazo. En cuanto se percató de mi mirada me dedicó una pequeña sonrisa, pero en seguida regresó la atención a la conversación con el grupo. Supongo que aún le duele un poco todo lo que pasó (y no la culpo), pero de todos modos no es la misma Beth que conocimos, aunque sigue siendo amable con todo el mundo.

Caminé al edificio de preparatoria, y encontré en la entrada a Joe Harris con su hermano Anton. Caminamos a los casilleros, donde Joe Logan nos alcanzó. Es curioso con ambos Joe, porque se supone que sus nombres se pronuncian de distinta manera, pero desde que conozco a ambos los diferencian utilizando sus apellidos.

Joe Logan nos habló de su fin de semana en Vancouver con sus primos, y Anton nos contó de la chica nueva de su clase de música: Dana, a quien admira por su hermosa voz y la capacidad de tocar muchos instrumentos; su hermano dice que está enamorado, pero él se niega pues tiene novia.

–Ay pequeño Ant –exclama Joe Logan- aún te falta mucho por aprender.

Joe Logan siempre ha sido de esas personas enamoradizas, al contrario del otro Joe, y hasta él sabe que Anton ya no quiere a su novia como lo hacía antes. Joe Logan se encarga de darle consejos a Ant mientras que Joe Harris se dedica a hablar del final de curso y de la universidad.

–Este es el último semestre, por lo tanto debemos sacar buenas calificaciones si buscamos entrar a buenas universidades –nos recuerda siempre que puede.

Yo, por mi parte, he aprendido a quedarme callado, hablar cuando es necesario y reírme de sus bromas. Ellos han sido de gran ayuda desde el incidente, me han escuchado y entendido todo este tiempo. Claro que mi secreto aún no lo saben, creo que es algo muy privado… algo muy privado que sólo Beth y mis padres saben. Quizá algún día les cuente, tal vez. El caso es que les debo mucho a los tres, ellos sí se quedaron conmigo en los momentos difíciles.

Salí temprano gracias al mensaje que le había dejado mi madre al director. Conduje al hospital y esperé a que llegara mi turno.

Las salas de espera no son de mis lugares favoritos, pero esta vez era la excepción: estaba muy calmado. ¿Qué por qué estaba tan tranquilo? No tengo idea, pero en cuanto llegué avisé a la señorita tras el gran escritorio de mi llegada, me senté y comencé a leer el libro que me regalaste, aquel que he repasado exactamente trece veces sus páginas. Fueron 15 minutos realmente rápidos en los que me perdí en aquella lectura que conozco de memoria, pero que me sigue fascinando.

La mujer del escritorio, quien se había presentado como Diana, me invitó con una amable sonrisa a pasar.

En ese momento toda la tranquilidad se esfumó.

Quizá ya presentía algo.

Querido Sam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora