| Capítulo 11 |

119K 14.5K 3.4K
                                    

Kodaline - Ready to Change


¿Sí?

Quedé helada, mi respiración perdió el ritmo y de pronto mi corazón bajó rápidamente sus pulsaciones, unas náuseas horribles se instalaron en mi garganta. Desvié mi atención, pestañeando con incredulidad, desconcertada por mis reacciones. Tomé otro plato y salí de ahí antes de que me ahogara. Minutos después apareció a mi lado, con otros trastes.

—No te pongas así —me pidió bajito—. Yo...

—Cambiemos de tema, ¿bien? —ordené sin permitir replica. Resopló asintiendo con desgano, notoriamente cansado. No quería que me hablara de ella, de esa chica que lo hacía sentir "algo", no en ese momento, no... nunca. E inmersa en esas horribles sensaciones no me detuve a pensar las razones, solo lo que sentía, estaba frente a mí y no logré ir más allá—. ¿Me podrías ayudar en algebra? —Le pedí con fingida frescura, nerviosa. Asintió dejando salir un suspiro. Mi mente era una maraña enrevesada, complicada, tantas cosas, tantos momentos, pero, sobre todo, miedo, miedo a lo evidente, a eso que estaba burlándose de mí y que en aquel instante no conseguía interpretar.

*

La semana pasó así; envuelta en una extraña tranquilidad, con una rutina que parecía no ser nueva, al contrario, todo se daba tan natural. Carlo entendió la línea entre ambos, así que no la pasaba. Y Olga, bueno, ella comenzaba a espiar a Yerik cuando era la hora de irnos, cosa que no me daba ni tantita gracia, pero que fingí no ver.

Mi trabajo era ameno, las horas pasaban rápidas, en medio de conversaciones geniales con aquella agradable mujer que no paraba de hablar. Siempre a las seis llegaba con dos tazas de café y unas galletas, lo tomábamos para descansar y luego ella hacía otras cosas de su casa al tiempo que yo seguía trabajando.

El viernes me dio mi primer pago. Su sonrisa era ancha.

—Lo que haces en un día, yo lo hago ya en tres, además las clientas quedaron felices... —explicó. Me sentí orgullosa al ver el dinero en mi mano.

Cuando Yek llegó, se cambió de inmediato, tenía que irse. Lo observé desde la cama, con el ceño recto.

—¿A dónde vas? —quise saber, ya entraba al baño. No se detuvo.

—A trabajar, me pidieron que hoy fuera más temprano —informó y salió con el cabello húmedo, secándose el rostro. Asentí colocando mi atención en otra cosa.

—Antes no sucedía —le recordé con frialdad.

—Antes vivíamos allá, ahora puedo ser el dueño de mi tiempo... —declaró a la pasada, en tono distraído. Lo cierto es que no me gustaron sus palabras.

—Bien —farfullé abriendo mi mochila para sacar mis apuntes. Me tomó por la cadera para que girara. Su rostro lucía agobiado, pero a la vez divertido.

—No te enojes, ya no iré los domingos, ni los lunes como me pediste, quizá los martes tampoco, pero hay cosas que pagar —intentó convencerme. Saqué del pantalón el dinero que recién había recibido y se lo di haciéndolo a un lado. Lo observó como si no entendiera qué era.

—Es el pago de mi semana.

—¿Y por qué me lo das? —quiso saber desconcertado.

—Porque no viviré aquí gratis —zanjé. Lo dejó sobre la mesa, negando.

—No lo necesitamos ahorita, cómprate lo que te haga falta, quizá más ropa, tienes muy poca —propuso conciliador. Estudié mi atuendo; ambos teníamos escasa variedad. Me crucé de brazos, más enojada aún.

Luces en la tiniebla ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora