La Broma

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Jona Hesse siempre había sido una persona inquieta. Desde su más tierna infancia hasta sus veinte y seis años.

Él nació en Alemania en 1890. Realmente nunca le importó ni la política, ni Bismarck ni la literatura ni ninguna otra de esas estupideces. A Jona le gustaron toda su vida solamente dos cosas: Las mujeres y su amada Alemania, pero no la Alemania legal, él amaba la tierra, su gente, el idioma, la vida alemana. No tenía ningún respeto por los gobernantes que decían representar algo que no entendían.

Jona Hesse tuvo la infancia que tuvo. Sin muchas idas ni vueltas; alguna que otra enseñanza y varias lastimaduras. Una niñez como debe ser. Jona se pasaba los días jugando con sus cuatro hermanos y algún que otro amigo. No necesitaba nada más.

De pronto la infancia se volvió adolescencia y, el que otrora fuera un niño chico, castaño, de ojos claros y rasgos suaves, se había vuelto un éxito con las mujeres. Estaba enamorado de todas ellas. Las recibía por un tiempo, las volvía locas y luego se iba. No lo hacía con malicia, con intención de lastimar, simplemente no le importaba.

Un día le salió mal, estaba con una chica que medianamente le gustaba y los vasos pasaron a abrazos, los abrazos a besos y los besos terminaron en bebés.

Jona se vio, en 1913, con una esposa y dos hijos, mellizos. Anna y Otto. La vida, implacable, pasaba rápido y él no la alcanzaba. No era infeliz, pero el saber que estaba atado lo ahogaba. Prefería no pensar en eso, su padre le había dicho que pensar era de idiotas si no se actuaba acorde. Y él no podía actuar.

Y llegó 1914.

1914 fue borroso, todo pasó con lenta mediocridad hasta que el 28 de Junio mataron al archiduque de algún lugar y listo. Alemania a la guerra.

Jona no tenía ninguna duda de que quería alistarse al ejercito, y así lo hizo. A pesar de las quejas de sus padres y de su esposa él estaba determinado a defender su patria. Cumplió con la preparación básica y se fue, a atacar las costas británicas de Hartlepool. A luchar contra escoceses e ingleses. A pisar tierra que no era suya y a derramar sangre cuyo color desconocía.

El ataque a Hartlepool en Diciembre de 1914 pareció fácil en un principio. Los ingleses caían como moscas; los escoceses eran mas duros pero eventualmente sangraban y morían como todos.

Fue donde Jona por primera vez en su vida mató a un hombre. Habían tomado una trinchera escocesa con bastante éxito, ellos se habían retirado. Probablemente se dan cuenta de su inferioridad pensaba Jona. No fue así, los esperaba un pelotón entero escondido en un túnel que no habían visto y por lo tanto se les había pasado registrar. Fue un caos. Salieron soldados escoceses con miradas perdidas gritando y aferrándose a sus armas como si de su propia vida se tratase, disparaban, maldecían y sudaban como unos verdaderos enfermos. Jona recibió un corte en un costado, logró ver a un escocés encarnizado con su cuchillo en la mano. Se dio cuenta de que se había quedado sin balas en el cartucho y había decidido liquidarlo a la antigua. El sudor le caía como una cascada por la frente hasta la nariz; en un movimiento rápido sacó su pistola de mano se trenzó en un abrazo mortal con el escocés y le enterró un tiro en la garganta, cayendo con él. Habían triunfado.

El pelotón alemán, Jona incluido, se reagrupó para abastecerse, curar a los heridos y llorar a los muertos. Pero había que seguir, el corte de Jona era superficial y las órdenes estaban más que claras. Había que adentrarse en territorio inglés. Y así lo hicieron. Caminaron y caminaron, parecía como si las fuerzas escocesas que defendían esa zona les estuvieran cediendo territorio.

Después de casi media hora de avance, Jona, que ocupaba el cargo de explorador y por lo tanto era de los soldados más adelantados de su pelotón, vio algo. A lo lejos parecía como una estructura metálica que salía de la tierra, luego, más cerca, esta especie de estructura se dibujaba como una silueta de un arma clavada en el piso. Hasta que Jona llegó a ella. No era una estructura ni una metralleta, era un corta alambres. Jona aguantó un segundo sin entender que pasaba. Hasta que entendió. Era la broma. Se acordó de cuentos de otros soldados que decían que los escoceses dejaban un campo minado cada vez que retrocedían, y, como cortesía, dejaban un corta alambres así los alemanes podían intentar desconectar las minas. Era un juego que se pagaba con sangre.

Se escuchó una explosión, volaron los soldados más retrasados del grupo. Fue rápido, un movimiento en falso y de repente todo fue una orgía de gritos y sangre y piernas.

Estaban rodeados, tenían minas adelante pero tampoco podían retroceder porque el riesgo era muy grande, probablemente había más minas atrás también, cerca de las que habían matado a la otra parte del pelotón. Jona comenzó a reír. La broma de los escoceses le parecía extremadamente ingeniosa.

Un soldado, compañero de Jona, perdió la cabeza, empezó a gritar en alemán como si eso los pudiera sacar de esa situación.

-¡Scheiße! -gritaba el ya muerto.

No se pudo quedar quieto, siguió gritando, con los gritos vino el llanto, con el llanto las convulsiones y el movimiento, y con el movimiento explotó otra mina.

Y esa fue la muerte de Jona y del resto del pelotón alemán de Hartlepool. Con un movimiento, con una broma, Jona Hesse dejó de ser persona. Dejó de ser padre, dejó de ser hijo y dejó de ser esposo. Ahora Jona era un número, una baja en el bando perdedor.

La BromaWhere stories live. Discover now