III

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Veintitrés de diciembre

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Veintitrés de diciembre.

La cita con aquel muchacho desconocido ya era parte de mi rutina.

Llevaba unos quince minutos sentado en mi mesa cuando escuché la campanita de la puerta, y de inmediato lo vi aparecer, frotándose las manos para conseguir un poco de calor. Me dedicó una sonrisa cuando me vio en la mesa, saludó a los mozos y se acercó.

—Buenos días —me saludó, en tanto se quitaba los guantes, el gorro de lana y la bufanda—. El frío afuera es terrible.

Colgó su chaqueta en el respaldo de la silla y se sentó frente a mí, con las manos cruzadas sobre la mesa.

—Esta navidad quizá venga con nieve —comenté.

—Wow, no veo una nevada desde que tenía como ocho, sería lindo. ¿Te gusta el frío?

Asentí, sonriendo cuando los recuerdos regresaron una vez más a mi mente.

—Con Denis solíamos hacer competencia de muñecos de nieve. Aquello era una locura, una vez hizo uno tan alto que acabó cayéndosele encima. Quedó totalmente cubierto de nieve.

—¿Pasaban las fiestas juntos?

Asentí.

—En navidad pasábamos en su departamento o en el mío, porque sus padres viajaban y los míos también. En año nuevo él se marchaba a su ciudad natal, y mi familia venía a verme, pero a las doce hacíamos videollamada. Habíamos planeado pasar año nuevo juntos el año pasado, pero...

Guardé silencio, tragando saliva. En ese momento, lo vi levantar la mano para llamar al mozo.

—Tráeme lo de siempre, y una lágrima con crema, por favor.

Lo miré sorprendido, pero me mantuve en silencio. El mozo trajo el pedido al cabo de unos minutos, y él se apuró a probar la deliciosa crema con canela.

—La lágrima no se toma con crema —comenté, mirando mi pocillo.

—El chocolate tampoco, bueno... en realidad la gente no lo hace, no sabe de lo que se pierde. No siempre debemos seguir todo como "se hace", a veces es bueno hacer las cosas a tu manera, ¿no crees? ¡pruébalo!

Tomé el pocillo y lo acerqué a mi boca. El primer sorbo me supo a culpa, a traición, a canela y a crema batida. Sorbí un poco de crema junto con la bebida caliente y la mezcla de sabores explotó dentro de mi boca. Me pareció increíble lo mucho que podía hacer algo tan simple.

Cuando dejé el pocillo sobre la mesa, el muchacho soltó una risotada.

—Esta es la parte más divertida, ¡tienes un bigote de crema!

—¿Qué...?

Rápidamente busqué una servilleta y me limpié la boca. Su carcajada consiguió robarme una sonrisa que quise disimular, pero fue imposible.

Ese día tomé dos tazas de lágrima con crema batida.

A las seis de la tarde, nos despedimos en la puerta de la cafetería y antes de irse, el chico me extendió la mano y dijo:

—Mi nombre es Esteban, es un placer.

En ese momento reparé que en todos esos días, ni siquiera nos habíamos presentado.

—Aaron. —Estreché su mano y los guantes de lana gruesa me impidieron sentir su calor—. El placer es mío.

—¿Vendrás mañana...? —preguntó, con una repentina timidez.

—Por supuesto, como todos los días—respondí seguro.

—¡Bien!, entonces nos vemos.

Solo cuando vi su espalda alejándose, supe el por qué me había hecho esa pregunta. Me tomó casi un año asumir que esa navidad la pasaría sin ti, que ya no recibiría tus regalos extravagantes, que no chocaríamos las tazas de café a las doce de la noche y que no habrían muñecos de nieve de dos metros de altura. Me había enfrascado tanto en superarlo, que al final lo había olvidado completamente, y ahora me sentía tan extraño que ni siquiera sabía cómo describirlo. Mi primer navidad sin ti. 

 

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Café cortado con cremaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora