Prólogo
2 de abril de 2014
Violeta siempre había tenido una vida normal. Vivía en un barrio familiar, en una
hermosa casa de dos plantas con fachada roja, tenía muchos amigos y unos padres que
la amaban. Estudiaba en un buen instituto y era realmente buena en los estudios. Aunque
claro... para una chica «rarita» eso era lo normal. No era una de las chicas populares
como su mejor amiga Claudia, ni era guapa y delgada como ella; tan solo era la chica
gordita e inteligente a la que todos los profesores apreciaban. Y pese a tener amigos,
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una familia que la quería y unos buenos estudios, no conseguía lo que más anhelaba: a
Jared.
Jared era el hermano mayor de Claudia, tenía veinte años e iba a la universidad. Era el
chico más guapo que había visto en su vida. Con su metro ochenta y ocho y sus noventa
y cinco kilos era un hombre grande e intimidante, de huesos anchos, pero con una voz
profunda y grave que siempre le transmitía la sensación de que nunca le ocurriría nada.
Sus brillantes ojos y su cabello corto eran negros como el ala de un cuervo. Tenía unos
rasgos cincelados, con una mandíbula cuadrada y pómulos altos, la nariz romana y
labios carnosos. Atractivo. Masculino. Un hombre con una sensualidad innata.
Violeta no pudo evitar prendarse de él en cuanto lo vio por primera vez. Además se
encontraba con él a menudo, ya que la hermana de dicho bombón era su mejor amiga.
Lo que nunca imaginó fue que el hombre que tan dulcemente la había tratado desde que
se conocían acabaría hiriéndola en lo más hondo de su corazón. Violeta se odió por no
ser suficiente para el hermoso joven.
Unos años después
Ahí estaba, en la casa de su mejor amiga Claudia, bajo el mismo techo que había
cobijado al hombre que casi la destruyó anulándola por completo.
Todavía no entendía cómo Claudia había conseguido convencerla para ir. Hacía mucho
tiempo que no pisaba la casa familiar de su amiga, donde tantos buenos recuerdos
adornaban cada esquina. La casa estaba llena de recuerdos de su niñez, con fotos,
objetos... e incluso alguna que otra mancha de
sus fiestas más locas decoraba la buhardilla donde Melisa, la madre de Claudia, las
dejaba celebrar las fiestas de pijamas. Y después de tantos años ahí estaba, sentada en
la gruesa alfombra del salón mientras veía uno de sus programas favoritos con su mejor
amiga.
Aun así se preguntaba por qué motivo había viajado desde Chicago a California y ahora
se encontraba ahí.
Unos días antes
Violeta animaba a uno de sus pacientes para que siguiera ejercitándose. El hombre tenía