3.
Los armarios de la cocina estaban ya a rebosar de comida. Y con ello la satisfacción en mí. Estuve un buen rato recogiendo todo, y ordenándolo para no tener que hacerme un lío por las mañanas, sobretodo.
Ligeras sacudidas revolotearon mi largo cabello para hacer desaparecer la imagen de ése chico al que me encontré esta mañana en el supermercado.
Maldición, no había salido de mi mente en el resto de la mañana, su toque caliente seguía en mi muñeca.
Me dirigí al cuarto, directa hacia mi librería, algo vacía por la excepción del libro que compré ayer.
Lo tendí de vuelta a mis manos, abriendo la tapa para comenzar con mi lectura y la distracción por lo sucedido.
Antes de sumergirme demasiado en la historia, me preparé un café. En cuanto lo tuve todo listo para leer, me acomodé en el sofá, sumergiendo mis pies fríos a través de la manta que proporcionaba el calor en ellos.
Dejé vagar mi vista, palabra por palabra. Pero no conseguía meterme en la piel del personaje principal, ni siquiera podía crear la imagen de las acciones que se indicaban en tercera persona, ajena a ellos.
Los nervios iban creciendo al mismo tiempo que el sonido de las manijas del reloj retumbaban a través del piso, indicando las horas restantes para el primer día de clases.
Cuando vi que me fue mucho más que imposible concentrarme, me levanté camino al baño. Opté por una ducha caliente, frotando el jabón en mí para esparcirlo con mis manos, a medida que el agua sacudía toda la suciedad y el gel de mi cuerpo.
Cerré la llave cuando el agua pasó de caliente a fría en el poco tiempo de un par de segundos. Acabé con toda la calefacción en una maldita ducha. Genial.
Tuve que terminar de quitar el jabón con la toalla, luego iría a quejarme amablemente –o, al menos, lo intentaría– a recepción.
Así que eso fue lo que hice, después de acomodarme en un ancho jersey de punto, mis pitillos algo rotos en la zona de las rodillas, sobretodo, y calcetines sobresaliendo de las botas negras que adornaban mis pies. Añadí un pañuelo con estampados raros y coloridos para dar algo de color a mi atuendo. Mi madre siempre dijo que tenía mucho estilo para combinar ropa. Pero yo simplemente no lo veía. Quiero decir, era simple y sencilla. Con que no pareciera un payaso andante, me bastaba.
Puse algo de corrector sobre la zona que poseía colores oscuros por debajo de mis ojos. Y añadí algo de rímel para hacer mis pestañas algo más grandes de lo que ya eran.
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–Ahora mismo se lo arreglaremos, señorita. Solo tendrá que esperar un par de horas –la mujer detrás del mostrador me enseñó todos sus blancos dientes a través de un amable gesto.
–Muchas gracias –sonreí de nuevo yo.
Ahora se suponía que tenía que permanecer fuera de la habitación para dejar que arreglaran la calefacción para que funcionase de nuevo.
Supuse que tendría que esperar antes de salir del piso, así que bajé conmigo un par de lápices de grafiti, un cuaderno en blanco, y mi bolsa –la que contenía mi móvil y auriculares–.
Decidí dejarme descubrir lugares nuevos que iba encontrando a medida que paseaba por toda la universidad. Todavía quedaba una hora y media para que las clases comenzaran, así que me posicioné en el suelo algo húmedo tras la lluvia que tuvo lugar anoche.
Conecté los auriculares en mi celular y a continuación elegí el disco de Ed Sheeran para escucharlo a medida que garabateaba en el cuaderno, simplemente copiando a la escena que se presenciaba desde mi posición inclinada en la pared de la pequeña cafetería de la universidad:
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