Capítulo 1

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      El bosque es un lugar peligroso y él lo sabe bien. Después de todo vive en sus profundidades desde que era niño. Además, él también es peligroso.

      Diana lo único que quiere es ser libre, ha tenido que soportar las golpizas de su padre y sus insinuaciones desde que su hermana y madre fallecieron. Ella fue la siguiente.

      Tomando ideas de "La Chica de la Capa Roja" y el famoso cuento infantil de "Caperucita y el lobo".

      Ésta historia te internará en la naturaleza oscura del hombre y la bestia, porque por mucho que se crean separados, son dos caras de la misma moneda.

      No necesitas ser una bestia para ser un monstruo, hay monstruos que son humanos y hay humanos que son bestias.


      Era más de media noche, el bosque estaba rebosante de vida nocturna en lo más profundo de su corazón, la parte la que ningún hombre se atrevería ir por temor a los rumores que corrían por la aldea de hace más de 600 año. Historias sobre criaturas peligrosas, devoradores de hombres y sobre todo de lobos feroces y hambrientos que acechaban desde las sombras.

      El bosque es un lugar peligroso y él lo sabía bien. Muy bien.

      Se dio media vuelta el revoltijo de hojas, malezas y mantas viejas que tenía por cama, en interior de su oculta madriguera, no le apetecía salir a vagar esa noche.   


      La llegada del alba anunciaba que era hora de comenzar el nuevo día. El cielo se teñía de rosado, amarillo y anaranjado que la lentamente daban paso un limpio y radiante celeste.

      Ya todos comenzaban a despertar en la aldea; el poblado de Brunghilem, en lo más oculto y desconocido del Bosque Negro, (en la actualidad es parte de Alemania), se alzaba con el alba. No es un lugar muy grande, apenas cuenta con 30 casas cuando mucho; la mayoría de sus habitantes son leñadores, algunos albañiles, carniceros, cazadores y no más de dos herreros. Las casas de maderas fueron construidas como palafitos en medio de un mar de bosques, lo que les daba una gran vista del paisaje, incluso se llegaba a ver parte del río que se unía al gran lago a un kilómetro de la aldea. Las viviendas rodeaban una pequeña placita que formaba el centro del caserío; esta placita tenía unas banquetas y algunos rústicos juegos para los niños. Era un lugar agradable, todos se conocían como si fueran una gran familia.

      En primavera y en verano era cuando el lugar se llenaba de vida, colores y luz. Las distintas flores adornaban el claro donde estaba emplazado el poblado con sus colores y aromas, las aves alegraban con sus cantos y las distintas frutas que brindaban los árboles competían entre sí por cuál se veía más apetitosa para los lugareños. Pero en estas temporadas la actividad favorita de todos, especialmente de los niños, era hacerle quite al calor corriendo al río y al lago para refrescarse y pasar la mayor parte de la tarde. 


      Eso era lo que hacía con su hermana mayor y lo que más extrañaba de su partida. Ambas fueron muy unidas, aunque tras la muerte de su madre se distanciaron un poco, ya que su padre comenzó a atender mucho a su hermana, dejándola muchas veces de lado, sin entender el porqué, pero luego lo entendería.

      Ahora que es mayor y que su hermana ya no está, su padre comenzó a celarla y a vigilarla e incluso a verla cada día menos como su hija, situación que la mantenía enormemente asustada. Ya no podía hacer una vida normal y el pueblo poco a poco notaba la extraña actitud de su padre para con ella; no sabía cómo detenerlo y todo esto comenzó desde la muerte de Laura, su querida hermana, además de que el hombre había tomado la costumbre de azotarla con la fusta cada vez que hacía o decía algo que no le agradase, sin ella entender qué fue lo que le pareció o hizo mal, lo que aumentaba su temor hacia él y hacía que siempre estuviera nerviosa en su presencia. Además, le tenía prácticamente prohibido que fuera a visitar a su tía Emilie, quien vive a orillas del lago, porque su padre va hasta la casa a aporrearle la puerta exigiéndole poco menos que se aleje de ella, siendo que Emilie es la hermana de su mujer, de su difunta madre: Lorena. Eso era otra de las cosas que no lograba entender. De hecho, los únicos momentos en los que podía estar en paz son cuando su padre va a trabajar con el resto de los leñadores, a pesar de que debe ir a dejarle el almuerzo, el resto del día puede estar relajada y disfrutar del pueblo, su gente y del bosque.



      Esa tarde, por ejemplo, sentada en la mecedora de su madre en la puerta de la casa, leía un pequeño libro que había sido de Lorena, mientras disfrutaba de la luz del sol y el canto de las aves y el escuchar a los niños jugar en la plaza. Se sabía la historia de memoria por las incontables veces que la había leído, pero aun así le apasionaba. Trataba de un joven que se enamoró de una ninfa de las aguas y de cómo renunció a su condición humana para estar con ella y vivir a su lado para siempre. Una historia romántica, de cómo seres distintos se enamoraron y sortearon las barreras para estar juntos. Eso le encantaba, y soñaba con algún día encontrar un amor así.

      La tarde caía rápido y la luz del sol comenzaba a escasear, lo que significaba que su padre no tardaría en volver a casa. Asustada por la expectativa de su llegada, arregló la entrada de la casa y corrió a dentro para preparar la cena; había justo colocado la olla en el fogón cuando la puerta se abre con un seco arrastre de la madera y oye los pasos que anunciaban que su padre ya estaba en casa. Al entrar el hombre en la cocina, se quedó contemplando cómo su hija disponía la mesa para cenar. Se quedó paralizada con las manos fuertemente aferradas al respaldo de su silla mirando a su padre, quien no despegaba sus ojos de ella.

      -Bienvenido a casa, padre. Llegas temprano. - dijo tratando que su voz no tartamudeara.

      -Veo que recién preparas la cena. - el hombre, sin hacer caso a sus palabras, señaló con un gesto de cabeza el fogón.

      No supo qué contestar. No quería decir nada que lo molestara y se volviera en su contra. William, en tanto, dejó su hacha en el aparador junto a la puerta y fue al fregadero a lavarse las manos antes de sentarse a la mesa. Rápidamente Diana sirvió el guiso en el gran cuenco de su padre y lo puso frente a él. Luego se sirvió guiso para ella y se sentó a comer tratando de no levantar la vista del plato, sólo para que no viera su cara de espanto.


      Comieron en silencio, siendo lo único audible el ruido de los cubiertos y el crepitar del fuego. De vez en cuando lanzaba miradas de reojo a su padre para saber si había terminado de cenar y así levantarse a lavar los platos, pero el hombre al parecer no tenía prisa por terminar. Por la cara que tenía parecía que libraba una discusión interna y cada vez que eso pasaba, Diana sabía que no debía interrumpir ni hacer ningún movimiento hasta que su padre dijera o hiciera algo.

      Por fin el hombre terminó y antes de que Diana se levantase, éste recogió los platos, los dejó en el fregadero y se dirigió a la puerta camino a su dormitorio, pero antes de salir se giró a mirar a su hija, que ya lavaba los trastos sucios, con una expresión muy extraña en el rostro.


      -Mañana salgo al alba y no regreso hasta la puesta del sol. A medio día lleva mi almuerzo a la tala. – Ordenó con voz seca. – Y no pierdas el tiempo como siempre, tienes cosas que hacer.

      Y sin esperar respuesta se encerró en su habitación. La joven no supo qué hacer, al menos no había tratado de insinuársele ni acercársele como otras veces, cosa que la alegraba muchísimo. Se encerró en su habitación una vez que dejó la cocina limpia y se acostó tratando de conciliar pronto el sueño.

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora