Epílogo: eterno.

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Miró una vez más la fotografía, se sabía su cara de memoria. Tras tantos años sería raro no hacerlo, porque nada más la tenía delante se quedaba embobada con su presencia. Muchos años y muchas cosas compartidas, demasiadas. Por eso estaba preparando ese regalo, porque su cumpleaños era al mes siguiente y quería que fuese especial. Y que recordase junto a ella cada momento, cada fotografía.

Cogió otra instantánea distinta, esa era de verano y salía abrazada a ella, ambas sonrientes. Sintió calor en sus mejillas cuando se permitió recorrer el cuerpo de Raven, completamente bronceado y en bikini, mostrando aquellas piernas espectaculares. En serio. E.S.P.E.C.T.A...

—¿Por qué siempre estás aquí encubierta? —suspiró al escuchar aquella voz de pito que había interrumpido su deletreo de la palabra "espectaculares", y se giró para ver a la pequeña Dahlia mirándola con aquellos enormes ojos verdes.

—¿Encubierta? Será encerrada, Dal.

—Encerrada. ¿Por qué estás aquí encerrada? —preguntó, y se estiró para ver lo que estaba haciendo—. ¡Es mami! —se puso contenta al distinguirla, y suspiró antes de cogerla en brazos y dejar que se sentase en sus piernas.

—Sí, es tu mami —la complació, cogiendo el marco de fotos y girándolo para que su prima viese cómo estaba quedando su regalo—. Es para su cumpleaños, pero no se lo puedes decir.

—No, prima Juno, no podría hacer eso.

—Gracias, prima Dahlia —le agradeció.

—¿Por qué no sale mamá en ninguna? —preguntó con su inocencia infantil, y ella frunció el ceño.

¿Estaba celosa de su tía Alex? Podría ser. ¿Que la quería mucho y le perdonaba que estuviese con su novia Raven? Sí, de momento estaba perdonada, pero porque sabía que tenía que crecer un poco más para que una persona como Raven Reyes se fijase en una pringada como ella.

—No sale tu mamá porque es un regalo de mí para tu mami Raven. Así que solo salimos las dos.

—Ahhh... —dijo completamente entendida—. ¿Te gusta mis uñas? —preguntó de pronto, extendiendo los deditos hacia arriba para que viese el destrozo que se había hecho con el pintauñas rosa que le habría dejado su tía Clarke seguramente. Todas la tenían muy mimada, y Dahlia tan solo quería cosas rosas. De modo que así iba: con dos coletas de color rosa, un vestido rosa, unas converses rosas, y las uñas rosas.

—Me gustan mucho tus uñas.

—¡Puedo pintártelas! —ofreció rápidamente.

—No, gracias, Dahlia. No me gusta llevar las uñas pintadas.

—¿Por qué? —frunció el ceño, girándose para mirarla fijamente.

—Porque si me pinto las uñas, se me caen los dedos —mintió y Dahlia se llevó las dos manitas a la boca, completamente sorprendida.

—No pasa nada, prima Juno —cogió sus mejillas con ambas manos y las apretó, consiguiendo que se le pusiera cara de pez—. No necesitas pintarte las uñas, eres muy guapa.

—Gracias —dijo, y Dahlia a continuación le dio un beso en la frente muy sonoro, dio un salto para ir al suelo y sacar juguetes de un baúl que tenía ahí—. Después tienes que recogerlo, ¿eh?

—¡Sí! —gritó, cogiendo un peluche y levantándose para irse de la habitación.

—Dahlia —la llamó antes de que saliese por la puerta, y a la pobre le costó frenar su carrera, dando algunos pasitos de más.

Nuestro momentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora